En su Instagram no encontrarás una foto presumiendo del último coche que ha comprado y que roza los seis ceros en la factura, ni un excéntrico peinado con colorines y cresta, ni una publicación luciendo abdominales. Si acaso alguna fotografía de un partido o entrenamiento entre otras tantas de su mujer, su niño y sus gatos. José Arnaiz es un tipo tradicional. Un milenial al que no le gusta llamar la atención.
La sencillez que lo caracteriza en su vida se refleja en el terreno de juego. Desde su irrupción en el fútbol profesional con el Real Valladolid en 2015, a seis días de la publicación de este texto por cierto, se convirtió en un jugador capital para el equipo pucelano, el filial del Barça y ha debutado -y marcado- con el primer equipo culé. No ha costado 150 millones, no abrió informativos ni debates con colaboradores excitados discutiendo si sería un buen fichaje, no necesita caños ni lambretas, alguna ruleta, si acaso, como recurso único para continuar la acción, se le ha podido ver al talaverano en su debut en Copa del Rey con el Barcelona.
Arnaiz juega como es. Su trabajo es presionar, generar ventajas partiendo desde la banda, atreverse en el uno contra uno y ser efectivo; marcar o asistir las máximas veces posibles en las jugadas de ataque en las que sea protagonista. Lo que se le pide a cualquier extremo, vaya. Lo demás es relleno. Y así lo hizo contra el Murcia -gol incluido-, lo que hace ver la posibilidad de regresar con el primer equipo del Barça una opción muy real. Sin hacer ruido. Haciendo bien su trabajo.
Los síntomas presentados desde hace casi dos años nos confirman el diagnóstico: José Arnaiz no es un jugador de esta época. Los chicos jóvenes que llegan de forma temprana a la élite, sé que generalizo, con el peligro que eso conlleva, acostumbran a ser engreídos, promocionarse en exceso, llamar la atención en redes sociales con extravagancias propias de la posición económica que disfrutan y presumen para toda su vida, cuando se ha demostrado que no es así y en ocasiones todo se desmorona, vivir una vida infestada de fiestas privadas, Iphones, champagne, Ferraris y pensar en hacer hueco en su futura mansión para un pequeño museo con Balones de Oro y trofeos antes de haber siquiera marcado un gol en Primera División. José no es así, y suele extrañar. Como decía aquella imagen viral de hace unos años: se como José.
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