Existen alumnos avanzados que ya manifiestan sus ventajas antes de desarrollar un aprendizaje. Todos hemos visto alguno de ellos. Los que se mostraban en clase como si en un futuro pudieran resolver con facilidad la conjetura de Hodge, los que dejaban fluir el pincel en esa asimetría de formas distorsionadas como Picasso o los que poseían una imaginación tan extensa como el excéntrico estilo de Dalí. Los que tenían una letra de belleza abrumadora mientras otros pasaban los veranos con la caligrafía de los cuadernos Rubio, incesantes. Los que tenían alas para volar en la Course Navette mientras el resto negociaba con el glucógeno. O los que resolvían el cubo de Rubik en tiempo récord con la expresión de sabelotodo.
Pedri fue y es un alumno avanzado. Se le vio el plumero, aterrizando en la élite con un desparpajo impropio. Tímido y humilde en su discurso, osado y rebelde en el campo. Su adaptación en el Barça recortó todos los timings establecidos, quemando etapas a un ritmo vertiginoso. En los momentos más agónicos del Barça – en este descabellado frenesí balompédico llamado fútbol que agota y alimenta el corazón – el imberbe canario fue un rayo de esperanza y una creencia entre tantas dudas y negación. Uno de los líderes de la banda de zagales que se puso de acuerdo para mover ficha. Tal fue la adicción a sus minutos, que pasó a ser imprescindible sin apenas digerirlo.
Las lesiones no entienden de excepciones. También llegó para Pedri, asomándose tras el contabilizador de sus minutos y prórrogas acumuladas en sus piernas bisoñas; que visten las medias bajadas y dejan entrever su exquisita técnica. Sin embargo, su regreso pone en duda si realmente estuvo ausente. El nivel al que ha vuelto asombra y asusta a partes iguales. Con su retorno, una medular de alta exigencia y competencia, que aprieta las tuercas a otros a pesar de su buen rendimiento. Parece como si hubiera estado hincando los codos hasta altas horas de la madrugada para empollarse las necesidades del Barça mientras no podía poner un pie en el césped. Un proceso madurativo hacia las directrices de Xavi Hernández desde su alta capacidad de entendimiento del juego.
Es un aventajado. Jamás ve cómo se marcha el metro desde el escalón, no sufre el imprevisto del papel del cajero que termina justo en tu turno en la cola del súper y mide a la perfección el primer sorbo del café para que nunca esté excesivamente caliente. Acaparador de focos con luz propia, aunque el resto brillen. Tanto en un contexto más ofensivo u organizador. Presente en ese espacio precioso del terreno de juego, que se evidencia como un purgatorio entre la gloria y el infierno. En esa utopía futbolística de una escapatoria impensable, logrando salir de una red de superioridad numérica con un fino gesto. En ese caño que enrojece y detesta la víctima, pero dilata las pupilas de la satisfacción del espectador. En ese pase en profundidad que lleva toda la intención de ser protagonista de una jugada que acabe por abrazar el gol. Un espectáculo guionizado por una mente privilegiada que tiene mecanizado el movimiento correcto, la calma precisa y la situación de ventaja. Un futuro mencionado hasta la saciedad que dejó de serlo para convertirse en presente. Un talento innato, un nivel superlativo.
PD: He escrito parte de este texto bajo las notas de Eine kleine Nachtmusik, de Mozart. Pedri es un torbellino, un saltarín que lleva la alegría en sus brincos, un acorde de hermosa pausa, un sonido agudo que garbea entre las cuerdas de un refinado violín. Una pequeña serenata nocturna que atesora la belleza de la danza balompédica.
Imagen de cabecera: FC Barcelona