La mala fortuna o planificación ha provocado que un jugador del Barcelona, Javier Mascherano, haya reclamado su libertad en un momento en que su posición sobre el campo entraba en emergencia por la lesión de Samuel Umtiti. Técnicamente, esa ubicación en el argentino es bastarda, motivada por su disponibilidad y adaptabilidad en un club de tradición remiso o torpe en la contratación de defensas centrales.
Es un caso llamativo, que se justifica tanto por su lícito deseo de jugar más o ganar más, como se derrumba por la sorpresa o la incomprensión que genera. De igual forma, pensar en el club sería marcharse cuando no se está al nivel para jugar en lugar de hacerlo cuando no se juega. Ante esta disyuntiva, ¿está obligado un futbolista a pensar en su club?
El fútbol maneja con soltura la palabra lealtad. En primer lugar, de sus aficionados, que en casos extremos llegan a desear que su equipo pierda por una cuestión de lealtad: para cambiar a un entrenador, un presidente o la situación a mejor. Luego están los directivos, muchos de los cuales se aprovechan por lealtad de los cargos que ocupan, cuando no se enriquecen gracias a ellos. Cómo no, la prensa también hace su trabajo al defender por lealtad a un club incluso cuando en ocasiones se le va la mano. Y, muy por encima de esta enumeración de grupos de interés, aparecen jugadores y entrenadores, con una salvedad entre ellos: unos juegan o no y los otros deciden quiénes juegan o no.
En este bloque aparece Mascherano, quien no es ajeno a protagonizar rumores, amagos de salida y problemas fiscales. El jugador, dentro del campo, ha sido un modelo de comportamiento al modificar su lugar en el terreno de juego cuando lo requirió el equipo. Pero al mismo tiempo fue una costura que de vez en cuando dejaba deshilachada a la defensa y, con ella, al resto del esquema. Aun así, ha sido irreprochable su compromiso y, en cierto modo, su lealtad.
El internacional argentino se ha mostrado también como un hombre con un discurso ante los medios de comunicación que no pocas veces ha aparecido como versión oficial. Es de reseñar su comparecencia en la pasada pretemporada junto a Gerard Piqué, en unos momentos en que ni desde dentro ni desde fuera del club se podía encontrar una explicación sensata al caso Neymar. Aparecer frente a la opinión pública en aquel trance fue un servicio mayor al vestuario y también al palco. Precisamente esta habilidad fue uno de los motivos esgrimidos para renovar su último contrato, cuando su concurso deportivo indicaba otros derroteros.
Tal vez el propio Mascherano haya percibido que está en un punto de su carrera en que la oratoria de Cicerón no es suficiente para el entrenador, que cuenta con otras opciones, aunque en realidad son pocas. Quienes lean deslealtad en la actitud del futbolista puedan valorar que la conciencia es un motivador implacable, tanto como la edad y el deterioro físico. Aquellos que, por el contrario, comprendan las suspicacias del argentino siempre verán como algo natural que un profesional quiera cambiar las cosas para que ello suponga una mejora en su estatus, por muy egoísta que pueda identificarse semejante actitud. En ambos casos, siempre quedará un resquicio por el que se escapará una parte de la razón de unos y otros porque en el fútbol no hay nada absoluto, ni siquiera la lealtad o la oportunidad.
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