Leo Messi parece padecer síndrome de Estocolmo del peor FC Barcelona de los últimos años. Acostumbrado a ser un dios salvador, Messi se está topando en este 2020 con uno de sus peores años como blaugrana.
Parece haber interiorizado en su mente que tiene que ser el salvador del equipo en cada encuentro. Que no hay partido donde su pie izquierdo no sea el protagonista de la victoria.
Psicológicamente se ve en sus decisiones e incluso en su expresión corporal. En muchos partidos no levanta la cabeza y busca la guerra por su cuenta. Es un problema. Hace unos años el culé lo entendía, pues no había muchas otras alternativas. Era un equipo plano y horizontal donde las genialidades de Messi decantaban el partido a un lado o al otro.
Messi siempre ha sido, en los últimos años, el rayo de luz en las noches oscuras. El as en una baraja de cartas.
Messi, hijo, date un descanso. Hay equipo, al menos para atacar, pero hay equipo. Es sin duda un año donde el FC Barcelona, a nivel ofensivo, tiene mimbres para hacer las cosas bien. Y aquí, es donde tienes que aparecer: el sello final, la asistencia, el gol. Súmate al carro de todos. Sé una pieza más del mecanismo. No quieras ser tú el mecanismo.
El partido del sábado contra el Betis nos ha traído muchas cosas que analizar. Fue mucho más que un marcador abultado. Vimos por primera vez en la era Koeman un encuentro sin el astro argentino en el campo. Y, ofensivamente, se vieron cosas muy interesantes. Griezmann liberado completando uno de sus partidos con más participaciones. Ansu Fati desbordando, creando superioridades y atrayendo jugadores en su zona de acción. Ousmane Dembelé en su estilo anárquico, pero demostrando que hay química con Antoine y que si las lesiones se lo permiten es mucho más que un agitador de partidos. Y Pedri, lo de Pedri es mágico. Un jugador único, especial. Un futbolista que divide a los equipos, que crea confusión y cortocircuita la defensa rival abriendo espacios que no existían a sus compañeros. El nexo perfecto entre los dos pivotes y los atacantes. El nexo perfecto entre el balón y Messi.
Pero, al final, lo de siempre. El partido se complica y sale Leo y decide el partido en cuestión de minutos. Y es aquí, en este momento, donde debe aparecer la autocrítica del equipo y la autocrítica de Leo Messi. Evitar de nuevo el discurso de Messi salvador. Porque el mejor Messi, el que vivimos en la segunda parte en el Camp Nou, es el Messi que queremos y no es el salvador.
Es un jugador asociativo, que confía en sus compañeros. Que levanta la cabeza en conducción, que no quiere irse de 5 y convertir una vaselina. Es el Messi que queremos: el jugador de equipo, el que suma al mecanismo ofensivo. Leo Messi debe ser el engranaje superior que lubrique el resto de engranajes y que haga del sistema ofensivo una máquina perfecta.
Ni el mayor de los superhéroes puede solo. ¡Joder!, si así fuera, no existirían los vengadores. Messi ha sido y es un héroe, pero, como todos, necesita algo de ayuda.
Un cambio vital en él y en el futuro del FC Barcelona. Si confía en sus compañeros y consigue ser una pieza más del ataque, él mismo se verá en situaciones donde hace tiempo que no se veía: se encontrará liberado sin 5 hombres alrededor, recibirá el balón en zonas despobladas, conseguirá sorprender desde segunda línea y le llegará un número más alto de balones. Si Ansu atrae y desborda, si De Jong divide, si Dembélé encara, si Griezmann fija y se desmarca y si Pedri y Coutinho rompen entre líneas, Messi solo tendrá que hacer de Messi.
El culé tiene motivos para soñar, ofensivamente, con su equipo. El culé tiene motivos para soñar con la vuelta del mejor Messi. Sobre todo, cuando en gran parte, depende de él.
Imagen de cabecera: JOSEP LAGO/AFP via Getty Images