Cada partido del Barcelona tiene en estos tiempos una doble previa: la de carácter deportivo y la de tipo político. Pocas veces ha estado tan observado el club desde la sociedad, que lo considera un referente para todo tipo de movilización y un altavoz incomparable para la difusión de ideas.
Asiste la razón a quienes ven en el Barça esta dualidad. Se trata de una entidad con un recorrido internacional en la opinión pública que difícilmente pueden conseguir administraciones políticas o multinacionales financieras. A su vez, la integración del club en la sociedad barcelonesa y catalana le ha dotado en múltiples oportunidades de un reconocimiento especial como participante en distintas iniciativas. No solo la política, cuestiones sociales o humanitarias han sido con frecuencia promovidas desde el Barcelona en armonía con la ciudadanía.
Sin embargo, el romance del independentismo con el club pasa por malos tiempos. Hay quien dirá que debe estar separado el fútbol de la política pero se trata de un divorcio imposible desde el momento en que los palcos se llenan de políticos y empresas públicas o administraciones financian con publicidad, subvenciones o ayudas a obras las estructuras deportivas. El Comité Olímpico Internacional y la FIFA son grandes defensores de la separación, pero visto está que sus honorables sentimientos han sido más bien barreras para la investigación de sus opacas actividades.
(Getty)
La historia del Barcelona le ha situado, además, como un actor dentro de la sociedad. Tiene una condición de organización global, con aficionados en todo el mundo, que no siempre han compartido los ideales defendidos en momentos puntuales por la institución. Con el tema del independentismo se ha vivido esta situación porque las posturas son más irreconciliables que, por ejemplo, en el caso de una protesta contra el racismo o el consumo de drogas. En ese ámbito tan complicado se está moviendo el Barcelona.
Fue criticado por disputar el partido ante Las Palmas al mismo tiempo las imágenes de televisión ofrecían ciudadanos apaleados mientras pretendían votar. En esa ocasión, la tibieza de la que acusaron al Barça vino por el deseo de algunos jugadores de disputar el encuentro y el temor a que la sanción correspondiente por no celebrarlo fuera irrecuperable dentro de los terrenos de juego. En el partido ante Olympiakos, con dos notables del movimiento independentista en prisión, la propuesta barcelonista fue una pancarta enorme en el centro del tiro de cámara, en la que se reclamaba diálogo, respeto y deporte, acompañada de una invitación a las asociaciones que han sufrido el encarcelamiento. Los dos eventos resultaron escasos a ojos del independentismo, que además denunció la confiscación de pancartas con mensajes por parte de los trabajadores del club en las puertas de acceso.
El Barcelona ha estado preso en ambas situaciones: de su propia condición de club ganador y de su no menos desdeñable posición como huésped de un partido de la Liga de Campeones. En la primera circunstancia, es cierto que no habría necesitado escuchar a nadie para echar el cerrojo al estadio y cancelar el partido de Liga. En la segunda, una vez aceptadas las prerrogativas de la UEFA es muy complicado saltarse su control: las pancartas fueron un botín sobre el que la Junta azulgrana poco dominio podía tener. Si el Camp Nou no puede disponer ni de su propia publicidad en un partido, difícil será que pueda llenarse de mensajes reivindicativos, por muy admirables que estos puedan ser. Esta circunstancia ya la sufrió cuando por el mero hecho de llenarse de banderas fue investigado y sancionado por los organizadores de la competición europea.
Al mismo tiempo, es preso de otro aspecto y no siempre somos conscientes de ello: es una entidad privada, con ciertas ventajas fiscales, pero privada. A los clubes de fútbol se les mira como si fueran propiedad universal, con un escrutinio al que no se somete ni a la separación de poderes de un estado. Es la grandeza de este deporte y al mismo tiempo la prisión en la que se encuentran sus participantes: responder, siempre, a la altura de las circunstancias. Esta es la peor cárcel en la que cualquiera puede pasar su existencia.
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