Quique Setién es, sin duda, uno de los grandes personajes de actualidad en el fútbol español. Se diría que incluso en el panorama internacional. El técnico cántabro acaba de aterrizar en el FC Barcelona tras la destitución de Ernesto Valverde. La trayectoria reciente del técnico se proyecta a Sevilla, lugar en el que, por momentos, nos trasladó un Betis espectacular. O a Las Palmas, pues en Gran Canaria quizá sea el lugar en el que todos piensan que forjó su estilo. Sin embargo, Setién siempre promulgó una misma idea, y es en Lugo donde por primera vez saboreó el éxito de su propuesta.
Setién consiguió que la gente de Lugo, incluso los que nunca lo habían hecho, se hicieran socios del CD Lugo únicamente por ver jugar a su equipo. Ese estilo innegociable del que él mismo habla muchas veces marcó época en la ciudad gallega y sin él no tendría ningún sentido la historia reciente del club. En los últimos días se detecta en Lugo una añoranza, una nostalgia hacia un entrenador que llegó a la ciudad amurallada siendo nada, pero que se fue siendo todo. El técnico cántabro abandonó el Anxo Carro dejando al equipo en Segunda División, una categoría que le fue desconocida durante mucho tiempo. Y en la que, en la actualidad, aún se mantiene.
Sirva para entender la trascendencia del paso del entrenador por la ciudad gallega el hecho de que, tras caer en playoff de ascenso con el Alcoyano, el técnico saliese a hombros y vitoreado por toda una afición, por todo un estadio. Un momento absolutamente histórico, impropio del fútbol moderno. Aquella derrota fue la primera piedra para el posterior ascenso a Segunda, que no se produjo en aquella temporada, sino más tarde.
El Lugo jugaba a las mil maravillas, sin tener los mayores recursos, pero sí una idea clara del camino elegido para alcanzar las metas. Y éste no era otro que el buen trato del balón. Setién pedía a sus jugadores que se mostrasen como eran. Aguantar el balón, no regalarlo, defenderlo. Mostrar la personalidad que les permitía competir al máximo ante los grandes equipos ante los que lo habían hecho.
“Todos los niños
cuando empezamos a jugar queremos el balón. Nadie empieza a jugar al fútbol
diciendo que quiere defender”. Una afirmación que explica la seriedad de
Quique Setién con el tema de la posesión, del balón. Pragmático, metódico, en ocasiones incluso obsesivo. El estilo de
Setién, con un incluso extremado gusto por la posesión, encaja como anillo al
dedo en el estilo Barça. Y este estilo convive con el cántabro desde sus
inicios como técnico, quizá también como jugador, siendo más una filosofía que un estilo.
Setién sabía trasladar a los jugadores ese cariño por el balón. De hecho, en su etapa en Lugo, reconocía ver todos los partidos del conjunto culé, y, aunque no lo reconozca, es una especie de ‘Cruyffista’. Y más allá de su estilo, y de lo que Setién dejó como legado en Lugo, lo que consiguió fue dejar una huella imborrable que aún perdura en el tiempo. Sería prácticamente imposible encontrar a algún lucense que tuviese una sola mala palabra de Quique, tanto en el aspecto personal como profesional. Porque más allá de su ideario, mostró un compromiso total con un escudo que era poco conocido cuando llegó y que consiguió ascender con su paso por la ciudad.
Un entrenador con una personalidad muy fuerte, marcada, que en un entorno de un club de primera fila como el FC Barcelona plantea dudas sobre cómo lidiará con ello. Pero un entrenador carismático, que se encuentra ante el sueño de su vida profesional, un reto mayúsculo, aunque también una ilusión enorme. Como lo fue enganchar a la ciudad de Lugo a bajar al Anxo Carro cada partido para ver jugar a su equipo.
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