El fútbol actual olvida muchas veces el pasado, el contexto y el futuro. Solo importa el presente. Ousmane Dembélé quizá no haya exhibido su mejor versión en Barcelona, pero de ahí a someterlo a una crítica constante hay un trecho. Si el Barcelona está mejor o peor no es por él. Si el único problema del Barcelona fuera Dembélé el club podría estar muy contento.
Si ya es importante contextualizarlo todo en esta vida, con Dembélé aún más. Ni tiene la culpa de lo que costó ni podemos pasar por alto la grave lesión que sufrió. Quizá el problema es que se le quiere exigir a él que rinda acorde a los 150 millones que costó, cuando se le debería exigir al club que no cometa errores tan básicos en el mundo empresarial como el de no atar al sustituto antes de la venta de tu estrella.
Uno lee la prensa estos días y parece que Dembélé sea un auténtico desastre. Olvidamos que empezó bien la temporada y que incluso desde el banquillo, de forma irregular, ha aportado actuaciones que han dado puntos al equipo. Él fue el sacrificado de la primera mini crisis, decisión lógica de Valverde ya que con Arthur ganó equilibrio y control. No obstante, olvidamos que contra el Madrid el partido se sentencia con su entrada –el 3-1 arranca con un cambio de ritmo suyo– y que contra el Rayo él anotó el gol del empate. Quizá no hayamos visto su mejor versión, seguramente haya que exigirle mucho más, pero también merece la paciencia de la que otros jugadores gozan.
A menudo olvidamos lo que muchas de las estrellas actuales eran con 21 años. Como si ya fueran por entonces lo que son actualmente. Dembélé tiene una proyección brutal, necesita tiempo y confianza. Y asentar la cabeza, evidentemente. Si él quiere y el club se lo permite puede convertir la carnaza actual en una simple anécdota en el futuro. Está en sus manos y en la de todos.
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