En una constante reiteración del ensayo y error, Ernesto Valverde baraja sobre sus hipótesis para hallar un método que se le resiste, aquel que ilusione de nuevo a una afición que reclama, desesperadamente, la emoción que desemboca de un estilo que considera tan característico y propio. Hay un elemento que no le abandona y al que se aferraría cualquier mortal. Leo Messi sigue siendo aquella pieza clave en cualquiera de sus experimentos. En la búsqueda de ese grana identificativo, el argentino es siempre uno de los colores primarios que aseguran acertar la mezcla. Ya sea mediante su propio dinamismo o a balón parado, su índole ocasiona la diferencia de esa individualidad que ha generado y genera tanto para el FC Barcelona. La evidencia de mostrarse menos colectivo, el síntoma de ese plus físico que no se manifiesta, la falta de profundidad o la carencia creativa para trazar líneas de pase que sean sinónimo de fantasía balompédica, son los indicios del margen de mejora que atacan la compleja tarea de la pizarra.
En búsqueda de un juego interior más dinámico y a prueba y error, el técnico azulgrana ha mostrado una medular diversa. A veces con tres hombres por detrás del balón, permutando posiciones. En el intento de confundir al rival con la libertad de los interiores y, a la misma vez, con el coste de que pueda provocar un desajuste defensivo. Otras con un doble pivote formado por De Jong y Arthur para que combinen entre ellos, dejando a un tercer centrocampista, Arturo Vidal, más adelantado, para ejercer la presión y liberar espacios a Leo Messi. Entre las diversas variantes del centro del campo, el papel de Arthur Melo ha dado un paso al frente.
El brasileño ha adoptado en ocasiones un rol organizador, haciendo protagonista a una autoconfianza en la salida de balón que, generalmente, se adquiere a través de la evolución temporal y se consolida con la madurez. En esta segunda temporada, no solo reafirma sus aciertos de buen pasador. Más adaptado a la anticipación y a la interpretación del juego, al conocimiento del espacio-tiempo. Arthur aplica una mirada más vertical y, con ello, sus conducciones son más atrevidas, en consonancia a la seguridad que transmite, creando, incluso, un impacto notable con sus aportaciones en la zona de tres cuartos. Un conjunto de aspectos que auguran parte del sostén de la creación azulgrana en la labor del de Goiâna.
Entre casualidad y causalidad, y aunque la teoría de datos no verifique la realidad, cabe decir que el brasileño ha estado ausente en tres de los seis partidos en los que el Barcelona no se ha agenciado la victoria. Sin ser premisa de una rotunda explicación, pero sí un atisbo del alcance de su presencia. Donde las dudas están tan latentes hay convicciones que están en la profunda labor de persuadir a la incertidumbre. Arthur es una de ellas. La trascendencia de su juego es una afirmación entre tantos interrogantes, como el que asegura con rotundidad que la Tierra es esférica, a pesar de que no lo sea completamente. Entre ensayo y error, la convicción de Arthur Melo.
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