La salida de Samuel Eto’o provocó en Barcelona la pérdida de ese
nueve tan característico por su cifra goleadora y por su influencia
en los últimos metros, atacando el área rival con el insaciable
hambre de un depredador que busca el gol para sobrevivir. El
aterrizaje de Luis Suárez significó un antes y un después. Volvió
a impregnar al conjunto azulgrana de ese melancólico sentimiento,
tan gratificante como necesario. En su segunda temporada en el Barça
fue el máximo goleador de la Liga y sumó la cifra de 59 goles en el
total de competiciones. Fue sin duda una campaña para enmarcar, en
la cual el delantero uruguayo consagró su propio sello.
El
charrúa lleva dos temporadas empezando a medio gas. Si la pasada
temporada parecía cuestión de una exigencia física en el
planteamiento de Ernesto Valverde, en la presente volvimos a ver como
el desacierto regresó para coquetear con sus movimientos. A tal
rendimiento, la duda se ha apoderado de su rotundidad. Un
interrogante capaz de predecir respuestas por sí solo, y con la que
el aficionado al fútbol ha sentido la desconfianza, dubitativo a sus
titularidades. Sobre todo, porque si el Barcelona pudo presumir de
algo antes del pistoletazo de salida fue de esa extensa y variante
plantilla que se antojaba envidiable, y a la que finalmente se ha
recurrido poco y, en algunos casos, ha supuesto el rompecabezas para
hallar donde algunos jugadores pueden ser más convincentes respecto
al juego que plantea el Txingurri. Algo que ha precisado de un tiempo
no tan dilatado pero que se crea extenso frente a la exigencia y al
nerviosismo.
Las
vacas sagradas, como iconos a los que respetar, no pueden ser
desplazadas de su hábitat natural tan fácilmente. No es únicamente
una cuestión de galones. El caso del nueve del Barcelona se explica
con ese plus que aporta al equipo, tan diferencial, y siendo un
perfil tan innato como particular. No hay otro que resulte semejante
a esa garra que desprende ese ADN uruguayo tan peculiar.
El
hartazgo de tantos centrales es para uno mismo el delantero que
quisiera tener en su equipo. Porque siempre tienes que tener un
jugador como Luis, que cuerpea, batalla e intenta y sigue intentando
de manera inconmensurable. Que lejos de la técnica y la estética
perfecta, como esas obras de pintura incomprensibles ante tantas
miradas, resulte tan vital para dar sentido. Por eso mismo, cuando a
Suárez no le llega el oxígeno, las piernas y la energía, al
Barcelona le falta tanto.
Los grandes jugadores están llamados a revivir una y otra vez, como
el que despierta de un sueño antes de caer al abismo. Y Luis ha
escogido el momento más necesario para hacerlo, cuando la pieza
clave se rompe y necesita volver a rehacerse. Lo hizo sin ser tan
nueve frente al Inter, filtrando muchos balones al espacio,
asistiendo y pidiendo el cuero una y otra vez. Y todavía lo mejoró
en el Clásico, el día de la bestia, como un ser fantástico,
volviendo a nacer para contradecir, asumiendo el liderazgo de un
conjunto que necesitaba, como dijo su técnico, un paso adelante
colectivo para cubrir la ausencia de su astro argentino. Suárez dejó
la cifra de nueve goles en nueve Clásicos de Liga, y entró en la
excelsa lista de los once goleadores que han conseguido marcar un
hat-trick en la historia de éstos. Donde debemos remontarnos al 1994
si hemos de indicar un nombre – el de Romario – que preceda al de
Leo Messi. Se asoció con Sergi Roberto, castigó desde los once
metros con la pena máxima, arrastró a la defensa con un desmarque
tan vivo como tramó, y fue gran parte de la presión alta que
complicó la salida de balón del conjunto blanco.
Luis,
tan quejoso y agotador. Tan capaz de irradiar la felicidad que
produce un festín de goles. Tan intenso para defender la pelota, tan
constante por ver portería, tan extraordinario para estar en el
lugar adecuado para empujar el cuero. Tras la línea de cal,
dibujando garabatos, ruidosos como sus lamentos,
vistosos como la ineludible sonrisa de aquél que, sin traje y sin
corbata, se ha colado en una fiesta sin el atuendo de etiqueta, pero
que es capaz de hacerse protagonista de la velada con su presencia.
Nunca den por muerta a la bestia, a pesar de los ataques, aunque no
le vean levantar cabeza. La certeza indica que nada es infinito, pero
nada termina mientras se mantenga vivo.
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