La Serie A vuelve por sus fueros. El fútbol italiano despierta tras unos años duros y su Campeonato está dejando, tanto en Liga como en Coppa, varios de los mejores partidos que se pueden ver en Europa esta temporada.
Italia siempre alumbró magníficos centrocampistas. El rendimiento de Nicolò Barella este curso está conquistando el Calcio. Asomó como regista en el Cagliari y es capaz de jugar como trequartista, pero sobre todo es un excelente centrocampista. Muy completo. Tiene visión de juego, mucha calidad, sobre todo en la pierna derecha, y capacidad de trabajo. Es un motorino con pilas duracell, de las que duran y duran y duran. Antonio Conte lo sabe.
Su rendimiento en el Inter traslada la memoria inmediatamente a la figura del centrocampista italiano. Durante décadas el país de la bota enseñó al mundo centrocampistas exquisitos y muy completos. Barella tiene un poco de muchos de ellos. Al primero que recuerda es a Marco Tardelli, el hombre de la celebración más famosa de la historia, cuando ajustició a Schumacher desde fuera del área con un disparo agónico, tanto como su celebración, para subir el 2-0 al electrónico del Bernabéu en la final del Mundial de España 82.
Tardelli fue un excelso llegador que terminó sus días como futbolista jugando más atrás y tirando de cabeza, cuando las condiciones físicas comenzaban a fallar. En aquella Italia del 82, que rompe todos los tópicos, estaban a su vez Giancarlo Antognoni, un cerebro de calidad exquisita y Bruno Conti, el zurdo que nació con el Tango cosido a los cordones de su bota izquierda. Incluso en la Azurra del 82 hubo hueco para el veterano Causio, la niña de los ojos de Bearzot. Menudo, correoso, fuoriclasse.
En la década de los 80 hubo muchos y buenos. Carlo Ancelotti fue un centrocampista descomunal. En plenitud de facultades era capaz de robar, organizar y llegar en la Roma, cuando una lesión le dejó mermado, se convirtió en la materia gris del Milan de Sacchi. Un jugador clave para entender al campeón de Europa del 89 y el 90.
Después llegaría Giuseppe Gianinni. Otra pata de Luperca. Lideró la Italia del 90 y alumbró a Totti como a Rómulo y Remo. En los 90 llegaron los trequartistas, asombrando por encima de todos Roberto Baggio. Su coleta viajó de Florencia a Turín fomentando una enemistad histórica e hizo disfrutar a Europa en muchos equipos, y en la Nazionale, durante más de una década. A su lado fue aprendiendo un tal Alessandro Del Piero. Ya con el bachillerato concluido, Totti y Del Piero le dieron a Italia su última estrella hasta el momento, en el Mundial de Alemania 2006.
Ahora corren tiempos de Barella. Roberto Mancini lo sabe y el futuro de esta renovada selección italiana pasa en parte por él. A su lado, los Verratti, Locatelli, Tonali y compañía comandan el mediocampo de una selección que vuelve a ilusionar.
Hay brotes verdes renacentistas en la selección italiana y en su propia competición. La Juve sufre para mantener su hegemonía, Milan e Inter crecen, la Roma oposita, Atalanta y Nápoles proponen, el Sassuolo toca la puerta…