El flagrante déficit de creación de ocasiones de calidad y la falta de fluidez asociativa que está mostrando la Juventus para dominar los partidos como un club de su caché debería poder hacer (o al menos aspirar a hacer) son problemas arrastrados desde el inicio de la temporada pasada.
Los datos, como el algodón, no engañan: los bianconeri son el 12º equipo de Serie A por número de goles esperados (xG); el 16ª por asistencias esperadas (xA) solo por delante del Monza, la Cremonese, el Lecce y el Spezia, lo que ya indica el páramo yermo de creatividad en el que se ha convertido su juego interior en la antesala del gol; el 17º por pases completados al área; y el 19º por toques de balón en el tercio final del campo, únicamente superando al Lecce.
Allegri consiguió durante el curso pasado maquillar todas estas dificultades futbolísticas con la llegada invernal de Vlahovic, al que por cierto no ha sido capaz de hacer progresar en un solo aspecto de su juego, pero si el serbio no marca goles llovidos del cielo, su poco variada propuesta ofensiva se queda en casi nada. Su Juve se enfoca demasiado al juego exterior y a los envíos hacia los puntas, saltándose a los centrocampistas, y es, por lo tanto, muy previsible en ataque.
Dominar con aplomo en campo rival a través de una estructura asociativa ágil, capaz y sólida y controlar los partidos por medio de la pelota son ahora mismo dos quimeras para los de Turín. Además, apenas logran mantener una presión alta de manera sostenida, que es precisamente cuando la Juventus mejor cara ha mostrado esta temporada (como en el primer tiempo ante la Roma) y hay ciertas dudas de concepto, por si no fuera suficiente, a la hora de establecer de qué manera quiere defender el equipo y a qué altura llevar su bloque sin balón.
Bonucci y Bremer, los teóricos titulares en el centro de la zaga, aparte de estar muy acostumbrados a actuar en una línea de tres centrales, son dos defensores muy diferentes. Tal vez demasiado y, hasta el momento, poco complementarios por su distinta concepción del oficio. La vocación anticipadora tan efusiva en Bremer da como resultado una mezcla táctica un tanto extraña cuando se junta con zagueros más conservadores como el propio capitán italiano o con Danilo, provocando el paso ambivalente de esa intención agresiva inicial a una defensa demasiado pasiva cuando acaba plantándose con el paso de los minutos en bloque medio-bajo.
Un ademán, un tic, una cabra que tira al monte, un cambio de guion sobre la marcha siempre dispuesto a imponerse, a establecer un plan de mínimos, a actuar en modo conservador cuando ahora mismo la Juve es un equipo muy vulnerable y no tiene nada aprovechable que conservar. De hecho, si algo debe hacer para progresar en su depauperado juego es maximizar su talento ofensivo, potenciar su creatividad, elevar sus ambiciones futbolísticas, afianzar su dominio y aumentar su caudal ofensivo, en lugar de buscar agarrarse a unas certezas que ya no tiene.
En este sentido, la única luz ha sido Ángel Di María cuando ha estado disponible. El argentino es el único que está siendo capaz de asumir ese tipo de responsabilidades, de dinamizar ataques y mover al rival, de aportar carácter, de asumir riesgos desde la técnica, de inyectar solvencia y visión de juego, de abrir espacios por fuera y sobre todo por dentro y de aportar imprevisibilidad.
Los cambios casi ciclotímicos entre el 3-5-2 más utilizado en Champions con nulo éxito y los 4-3-3, 4-4-2 y 4-2-3-1 del torneo doméstico son una muestra más de que Allegri no tiene en absoluto clara la forma con la que dotar a su equipo de unas hechuras que vayan más allá del dibujo. El camino pasa por una mejoría lógica y obligatoria con la entrada progresiva de los Paredes, Pogba y Di María en los onces de Allegri, pero la Juventus tiene un problema que va más allá de los nombres por muy potentes que sean. Un grave problema de juego, de estructura, de identidad.
No resulta tan difícil imaginar una Juve capaz de dominar con la posesión desde los inicios desde atrás, que consiga jugar a lo mismo y mantenerse junta durante 90’ para favorecer la presión tras pérdida y permitir a Paredes un rol epicentral ejerciendo de cerebro en campo rival y no sufriendo sin balón en el balcón del área propia, con un Locatelli como segundo regista, con un interior derecho que aporte profundidad y rellene el área, con un Di María pisando mucho el carril central y con un lateral con la calidad de Cuadrado para dar continuidad y salida por fuera, pero es que no ha habido apenas atisbos de algo ni siquiera similar en lo que llevamos de curso. Y si esto sigue sin ocurrir en las próximas fechas, Allegri se quedará sin excusas, más si cabe cuando le han fichado lo que quería y le han construido un equipo para ganar en el corto plazo.
Esta serie de problemas de la Juventus de Allegri 2.0 para dominar los partidos a través del balón, para crear jugadas y generar ocasiones son ya tan antiguos que parece que pasan en pantalla con los mismos colores blanco y negro de su camiseta. El técnico de Livorno está confirmando con su falta de destreza para dar un nuevo impulso a su equipo aquello de que segundas partes nunca fueron buenas. Mientras tanto, los rumores sobre un regreso de Conte para contradecir eso de las segundas partes y las noticias sobre su posible despido, apoyado por Nedved y parado por el presidente Agnelli en el último momento, se suman a la enorme cantidad de dificultades que Allegri sigue acumulando en su lista de aspectos sin solventar para volver a acercar competitivamente a la Juventus a su espíritu ganador y su estatus de siempre.
Imagen de cabecera: @juventusfc
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