Está obligado a ganar. Siempre. Observado por la mirada de unos ojos que no se emocionan al ver todo lo que consiguió. Señalado, por un dedo que le apunta y un juicio que, en ocasiones, carece de sensatez. El precio del éxito de Pep es demasiado caro. Inalcanzable para cualquier bolsillo. Endeudado de por vida, en un reintegro sin fin. Y se paga, día a día, partido a partido. Se le ha impuesto la victoria, los títulos y seguir escribiendo una historia de récords.
El precio de Guardiola es desmesurado. La exigencia le persigue desde que aterrizó en el banquillo del primer equipo del Barcelona. La mínima experiencia del de Santpedor era razón obvia a la que se aferraban los críticos que esperaban su precoz caída. Sin embargo, la apuesta de riesgo fue el acierto más contundente de la historia del FC Barcelona. Con él se escribieron años de triunfos, se perfeccionó un estilo y se vivió la mágica temporada del Barça de las seis copas, donde un sorbo de cada una de ellas era un sabor concentrado de gloria. Cada elogio que reconoce el trabajo de un hombre infatigable, que apostó por un juego preciosista y de posesión, es una sombra que le persigue con total dependencia.
Tras llegar a semifinales en siete ocasiones consecutivas (casi nada), Guardiola ha caído de la Champions League antes de lo esperado. Es la primera vez en su carrera profesional como entrenador que no logra pasar de los octavos de final. El rival era un hueso duro de roer. Un Monaco que lidera la tabla de Ligue 1, y que en Europa también juega de manera convincente para lograr llegar, tras más de una década, a otra final.
Un equipo basado en un proyecto joven, con futbolistas llamados Lemar, Mendy, Silva, Fabinho o Bakayoko. Y la joya de la corona, Mbappé. Talentos de mucho futuro. Todos por debajo de los 24 años. Ranieri colocó una semilla logrando el ascenso, y el riego diario de Jardim ha logrado que sus flores crezcan y estén radiantes para la entrada de la primavera. El Manchester City se olvidó de jugar los 180 minutos, y la ventaja con la que partió en los últimos 90 no le sirvió en absoluto. El sueño europeo de Pep, con una corbata que no sea azulgrana, terminó una vez más.
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La noche se bautizó de fracaso. De aquel fracaso tan fácil de pronunciar desde el sofá, con opiniones basadas en la falta de buena voluntad y la escasez de buenos argumentos que analicen la facilidad o dificultad de la eliminatoria.
Le llamaron fracasado. A él. A un genio con cabeza humana, de carne y hueso, que sí, también se equivoca, falla y pierde. Se genera una vez más esa controversia protagonizada por la rivalidad. Un odio incomprensible a un señor que ha hecho más bien que daño. Que el daño se lo ha llevado él, porque el mundo que engloba el fútbol lamentablemente también suscita a la envidia, a la satisfacción del mal ajeno y al poco agradecimiento por un espectáculo que, al fin y al cabo, es para todos.
Antiguardiolismo activado pasadas las diez y media de la noche. Describiendo al míster citizen de cínico y diagnosticándole una falta de humildad. Afirmaciones que le colocan en una clasificación que han denominado como “entrenadores del montón”. Confirmando así que Guardiola tiene lo que tiene únicamente por la fortuna de contar con jugadores irrepetibles. A los que en ese momento son alabados, y en otro, sin ningún tipo de coherencia, también se les resta poderío y ensalzamiento.
Palabras que suenan como el azote de un látigo cuando vienen desde el cuarto de un hogar azulgrana, porque su partida es interpretada como una traición. Sí, todavía. Obcecados en colar la política, con calzador. Como si eso tuviera algo que ver para ser mejor o peor entrenador. Disfrutan, y mucho, de cada logro que se le escapa. Se regocijan ante las duras críticas de una prensa que no le pasa ni una, y menos en un tropiezo de peso como el batacazo de Champions League.
Se ha hablado, y mucho, de una pérdida de estilo en Can Barça. También se discutió acerca de la búsqueda de convicción del Bayern de Ancelotti. Cierto es que Carletto sigue en el bombo de cuartos, pero tengo la sensación de que la supuesta facilidad que le otorgan a conseguir la Bundesliga y la inalcanzable Champions League son motivos que han devaluado el trabajo de Pep en Múnich.
El reto de Manchester City significa disputar una liga en la que pueden entrar seis equipos en la pugna. Aunque una vez abierto el telón Conte haya decidido cambiar el guión y tomar la directa hacia el título. El proyecto de Guardiola está en construcción, precisa de paciencia para identificar su estilo. Paciencia, una capacidad que cada vez está más disuelta en la atmósfera del fútbol. La enfermería ha estado presente, y la exigencia física plantea si las piezas que dispone Pep encajan en su engranaje.
Las comparativas no son ciencia cierta, las situaciones son siempre distintas, así como los jugadores y los factores implicados en el resultado. Pero cabe decir que Guardiola está en el top 10 de los entrenadores más laureados, que en menos de una década lleva 21 títulos a sus espaldas.
El balón de las estrellas ya no rodará en el Etihad Stadium. Los Citizens han terminado su camino hacia Cardiff.
Le veo hablar en rueda de prensa tras la derrota, frotando esa cabeza que perdió su cabello. Siento pena por si toda esta presión le arrebata una parte de la ilusión y la pasión que le define. De que termine anticipadamente por desgaste el trayecto de un entrenador que ha trasladado a la perfección la asociación en el terreno de juego, el mimo al balón, el esfuerzo inagotable de la presión y el protagonismo para llevar la batuta que guía el partido. En definitiva, un hombre que ha regalado el fútbol más excelso que se ha visto, y por lo que deberíamos guardarle su merecido respeto. Porque tachar a un genio con tal bagaje de fracasado es la evidencia de que su éxito está muy presente y todavía escuece.
Editora en SpheraSports. Especialista en Scouting y análisis de juego por MBPSchool. Sport Social Media. Eventos Deportivos
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