Era el 31 de mayo de 2019 y el Inter presentaba oficialmente a Antonio Conte como nuevo técnico. Hacia el final de un acto conducido por el carismático y muy interista Alessandro Cattelan, Steven Zhang despidió a Conte estrechándole la mano —eran otros tiempos, previos al gel hidroalcohólico— y preguntándole si estaba listo para dirigir la “Pazza Inter”, como cariñosa y en ocasiones peyorativamente se conoce al alocado club nerazzurro. El entrenador salentino sorprendió a propios y extraños con una respuesta de esas que uno suelta en broma pero muy en serio: “Not crazy, no more”.
La declaración de intenciones de Conte, un loco bien cuerdo en la zona técnica, se vio plasmada sobre el campo en su primer año. El Inter fue el segundo equipo más goleador de la Serie A con 81 tantos (sólo superado por los 98 de ese torrente ofensivo llamado Atalanta) y el menos goleado con 36 (la sólida Lazio de Inzaghi se quedó en 42). El propio Antonio se encargó de matizar como quien habla ante el espejo que “mi equipo no será pazzo, sino regular y fuerte”. Precisamente la notable organización defensiva y una indudable regularidad —para ser el Inter, caótico en su ADN— permitieron a los de Conte acabar el curso en un agridulce in crescendo: meritorio subcampeonato en Italia acortando terreno a la Juve y amarga medalla de plata en Europa ante el implacable Sevilla.
No deja de ser curioso que con la llegada de Conte al banquillo interista desapareciese la archiconocida canción Amala, pazza Inter amala que animaba y conectaba emotivamente a los aficionados antes de cada encuentro en San Siro. Coherencia institucional, supongo. Es asimismo llamativo que un personaje inquieto y temperamental que hace de la intensidad su fuerte —la que demuestra electrizado en la banda, la que exige con autoridad contagiosa a sus futbolistas— persiga la idea de estabilidad, racionalidad y orden. Antonio no predicó precisamente con el ejemplo este mismo verano, cuando llevó al club a un incómodo pulso acerca de su continuidad. Con las exigencias sobre la mesa y no pocas asperezas por limar, ambas partes decidieron caminar de la mano un año más.
Los dirigentes nerazzurri, conscientes de lo que Conte da y de lo que Conte quita, apostaron por el equilibrio institucional y extendieron el proyecto deportivo. De este modo, la evidente intención de rebranding del Inter huyendo de la locura genética tuvo una decisión racional y tangible sobre la que apoyarse. Pero el fútbol te cambia las respuestas cuando crees conocer las preguntas, o era al revés. Y en la primera actuación del Inter 2.0 de Conte (4-3 sobre la bocina ante una estimulante Fiorentina) quedó claro que no será sencillo despojarse de esa impronta ciclotímica que caracteriza al FC Internazionale.
Tras los fuegos artificiales del debut liguero, la crónica de La Gazzetta fue más que nunca una radiografía: y es que el Inter sigue siendo —¿siempre será? — «el equipo italiano más impredecible, irregular e incapaz por naturaleza de avanzar en línea recta. Cuántas veces en la historia interista se han escrito victorias persiguiendo al adversario entre mil peripecias, historias con final feliz en el último segundo». Es inútil escapar de tu propia identidad: el camino de los de Conte tendrá sin duda altibajos, como evidencia la novedosa equipación zigzagueante que hay quien compara con el cardiograma de todo interista. Al fin y al cabo, la locura que supone impedir el décimo Scudetto consecutivo de la Juventus pasa por reconocerse ante el espejo.
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