Lo siento. Te he fallado. Te he subestimado. No tenía confianza. Prometo que nunca más volveré a dudar de ti, Barça. Pero entiende que me lo pusiste muy difícil. Tenían que alinearse los astros para que se obrase el mayor milagro futbolístico de la historia, y vaya si se alinearon.
14 de febrero, día de los enamorados y partido del Barça en París. Era un plan perfecto. ¿Qué podía salir mal? Pues absolutamente todo. El Barcelona fue humillado en tierras francesas. La moral de todos los culés estaba por los suelos. Sin embargo, algún iluminado creía en la remontada. “Pobre iluso”, pensaba yo. ¿Qué persona en su sano juicio podría pensar que el Barça iba a remontar un 4-0 en contra? Yo, desde luego, no.
Los días iban pasando y la vuelta de los octavos de final se iba acercando. Conforme disminuían los días que quedaban para el partido, aumentaba el número de culés que creía en la remontada. Servidor se mantenía en sus trece. En cuanto vislumbraba un atisbo de esperanza conducido por la emoción era frenado de inmediato por la razón: “No. Es imposible”, me decía a mí mismo.
Seis horas antes del pitido inicial me invitan a ir al Camp Nou. Pese a no creer en la remontada, ¿cómo iba a negarme a ir? Fue a partir de este instante cuando iba viendo más cerca la remontada. Empecé a contagiarme de optimismo al entrar al templo blaugrana.
La emoción inició un contraataque vertiginoso por la banda derecha: “Oye, ¿por qué no? Soñar es gratis”. Pero la razón estuvo muy atenta y atajó el disparo: “Cuanto más te ilusiones, más fuerte será la caída”.
Seamos realistas, ¿qué culé no creyó en la remontada con el gol de Luis Suárez en el minuto tres? ¿cuántos no firmábamos vencer 2-0 en el descanso? Fue inevitable creer en la remontada. Me subí al carro. Tarde, pero lo hice.
Con el 3-0 en la reanudación del segundo tiempo parecía impensable no remontar la eliminatoria. Todos estábamos demasiado pendientes de perforar la portería de Kevin Trapp, pero nos dimos de bruces con la realidad. Edinson Cavani virtió un jarro de agua fría por encima de todos los culés. El Camp Nou se convirtió en un cementerio. Solo se escuchaba a la razón decirme: “Te lo dije, pero tú no me hiciste caso”. En aquel momento me hundí, igual que todos los barcelonistas. Si ya era complicado marcar cuatro goles para forzar la prórroga, anotar seis se antojaba inviable.
El golazo de falta de Neymar Jr. hizo resucitar mis esperanzas. Pero se fueron al traste al ver que tan solo quedaban dos minutos de tiempo reglamentario. Fue bonito mientras duró. Lo tuvimos tan cerca que incluso llegó a parecer real.
El árbitro señaló penalti a favor del Barcelona ya en el tiempo de descuento. ¿Cómo puede ser tan caprichoso el fútbol? Con el gol del brasileño, el Camp Nou resucitó de aquel velatorio y se convirtió en una olla a presión. 96.290 gargantas animando sin cesar. Solo necesitábamos un gol más para hacer historia.
Neymar colgó un balón al área a falta de veinte segundos de cumplir los cinco minutos de añadido. Sergi Roberto, emulando al ‘holandés volador’ –Johan Cruyff– y a Andrés Iniesta en Stamford Bridge, culminó la mayor gesta de la historia del fútbol.
La flaqueza se apoderó de mis piernas y las lágrimas de mis ojos. Éxtasis. Delirio. Incredulidad. La sensación más cercana que he tenido a la felicidad plena. Simplemente fútbol, no trates de entenderlo. He descubierto que los milagros existen.
Lo siento por no haber confiado en ti, Barça. Ahora sé que no hay nada imposible en esta vida.