Qué bonito habría sido, ¡qué justo! Es un juego, y el que mejor lo practica gana, ¿no? Pues no; ni bonito, ni justo, ni meritorio. Después de todo -y todo fueron, ni más ni menos, 180 minutos- la convicción en un sistema (por ‘feo’ de ver que sea) y la inercia milagrosa que acompaña a quien ha conseguido lo imposible, se unieron a ese halo poético que la llegada de Shakespeare ha instalado en el King Power Stadium. Y Leicester se transformó en un cuento.
Como en toda historia que se precie, existían dos figuras claramente diferenciadas. Por un lado, la del héroe, un caballero rubio, alto y de figura esbelta, cuyos poderes han sido heredados de un padre de leyenda. La silueta del progenitor que ensombrece al hijo y discípulo, que lucha contra las adversidades para huir de las comparaciones y conseguir su sueño. Schmeichel, un apellido que pesa demasiado y que siempre ha sonado mucho a ‘Peter’; pero que, a golpe de gesta, empieza a sugerir otra cosa en la mente del que lo escucha… algo así como ‘Kasper’.
Todo buen héroe aparece en los momentos de mayor necesidad y, en este caso, fueron muchos. Sin embargo, hay que destacar dos: en la primera batalla narrada en este relato ya se intentó batir en duelo singular al apuesto caballero, que hizo gala de sus dotes y demostró que sus intenciones eran muy serias, salvando a los suyos de lo que pudo ser un desastre memorable; lo mismo ocurrió en el segundo pasaje, aunque con diferente contrincante, esta vez el rival era más duro, tanto por las condiciones físicas como por ser uno de los más en forma del mundo, pero el resultado fue el mismo, otro milagro que enloqueció a todo un pueblo. El héroe salvó hasta en dos ocasiones a la princesa. Y mató al dragón.
Vardy y Nasri, encarados en la jugada que terminó con expulsión del sevillista | Laurence Griffiths/Getty Images
No hay obra literaria sin villano, y el de esta se ajusta mucho al canon establecido. Jamie Vardy, con un pasado oscuro, en el que la supervivencia era toda su meta, ha conseguido alzarse peleando con uñas y dientes y hará lo que sea para mantenerse en la cima. Es rápido, ataca directamente y nunca, nunca perdona a sus víctimas. No tiene piedad. No obstante, en esta ocasión, también destacó por su inteligencia. Como bien se ha dicho, la aventura que hoy nos ocupa está dividida en dos partes; y en cada una de ellas, el cruel malhechor quiso mostrar una de sus facetas. Tras un asedio constante en las primeras páginas, del que a duras penas consiguieron defenderse, el villano se coló entre los entresijos del oponente para asestar un golpe que les dejaría heridos de muerte, aunque ellos aún no lo sabían. Más adelante, y ya dentro del tramo final de esta memorable hazaña, su agudeza mental lograría diezmar al rival, tanto en número como -y sobre todo- en calidad. Inició una guerra psicológica que no tardó mucho en ganar, enseñando a los suyos que las artes oscuras también pueden ayudar a conseguir los objetivos.
De esta manera, héroe y villano se unieron en una misma lucha, creando una pareja que haría tirarse de los pelos a cualquier escritor, pero… ¿qué vas a decirle a todo un Shakespeare?