En el fútbol, a veces abundan las dimensiones y las realidades que conviven de manera paralela, hecho que nos dificulta centrar nuestra atención en lo que pasa sobre el césped. Las últimas horas, de las más convulsas que se recuerdan, con organizaciones, federaciones, clubes y jugadores actuando y opinando en referencia a la ya célebre Superliga Europea, han desviado el foco de atención y nos han hecho olvidar que, por lo menos hasta final de temporada, la superliga está en casa.
El 13 de septiembre empezó una carrera que ya disfruta de sus últimos capítulos y en la que solo quedan cuatro caballos. La carrera, con distintos objetivos para los participantes, se planteaba desde diferentes perspectivas: el Real Madrid, defensor del trono, partía con la idea de mantener una regularidad impuesta en la fase final del campeonato pasado para poder alcanzar nuevamente el sitio de privilegio; el Atlético, por su parte, afrontaba un curso que se veía como una oportunidad para volver a tocar metal, y la llegada de Suárez no hacía más que alimentar los sueños húmedos colchoneros; el FC Barcelona, con Koeman en la cabeza, necesitaba de un año de transición en un club en el que los años de transición no existen y con la duda de si su emblema, escudo y bandera, Leo Messi, iba o no a sonreír con la elástica azulgrana puesta; por último, como aquellos tipos que te encuentras en una fiesta a la que no estaban invitados, el Sevilla FC, fiel a su modelo, nunca alzó la voz ni se planteó grandes resultados pero, a sabiendas de su potencial, decidió probarse a sí mismo y tratar de seguir el ritmo a los favoritos.
Siete meses después y a siete jornadas para la conclusión, el invierno ha llegado y las batallas que restan por disputar ya son a vida o muerte. Cada punto es oro y el peligro de caer hoy ya no reside en la propia caída, sino en la imposibilidad de levantarse para volver a luchar. A falta de definirse quién llegará antes a la meta y ocupará el trono, los contendientes, llegados a este punto de maneras muy distintas, ya solo les queda poner toda la carne en el asador.
Un dato refleja la competitividad inédita que está teniendo esta Liga. Seis puntos separan a los líderes del cuarto clasificado, a la espera de lo que pueda suceder en el desenlace de la competición. Echando la vista atrás, las diferencias entre primer y cuarto clasificado en las últimas cinco ediciones de LaLiga son abrumadoras: 17, 26, 20, 21 y 27 puntos, respectivamente.
Marcada en rojo para todos está la jornada 35 del calendario. El 8 de mayo, un silencioso Camp Nou albergará una de aquellas grandes citas que, de no ser por el maldito Covid, hubiese reunido a un centenar de miles de almas para presenciar la sentencia de la liga. Este será uno de aquellos partidos que puede decidir un título, pues a día de hoy tanto azulgranas como colchoneros dependen de ellos mismos para levantar el trofeo. También de este choque dependerán gran parte de las aspiraciones que puedan tener blancos y sevillistas, pues ellos deben esperar pinchazos para poder progresar en la tabla y tener opciones.
En un año especial por su rareza, en una temporada en que el campo vacío ya se ha convertido en rutina y las PCRs en rituales pre partido, esta Liga cobrará un valor tremendo para quien la termine levantando. Para el Atlético, que hace unos meses ya se veía en Neptuno al tener una tremenda ventaja sobre sus perseguidores, sería la confirmación de un proyecto consolidado pero que carece de victorias finales. En Barcelona, esta liga le daría un sobresaliente a una temporada sin expectativas y que, hasta el momento, ya se ha saldado con la Copa del Rey. Otra cosa muy distinta podría pasar en el otro bando de Madrid. Los merengues cuentan aún con opciones de firmar una campaña histórica con la consecución de un doblete Liga-Champions, pero la moneda puede caer hacia ambos lados. De salir cruz, el Real Madrid terminaría el curso sin levantar un título, así que cielo e infierno nunca han estado tan cerca de la Casa Blanca y ambos ya se vislumbran en el horizonte. Disfrazado de Cenicienta, el Sevilla es consciente de que alcanzar el trono sería parecido a un milagro. Si suena la flauta, la temporada quedará para siempre en los libros de historia del fútbol español; si no, el temporadón es igualmente para aplaudir sin descanso.
El trono busca un nuevo rey y la guerra ya está terminando. Las últimas batallas de la Superliga española dictarán sentencia. A disfrutar.