Siempre me ha parecido extraña y también un poco estúpida la afirmación de esa clase de gente que se autodefine como “una persona que se ha hecho a sí misma”. Pues yo, si me hubiese hecho a mí mismo, me hubiese hecho bastante mejor, la verdad. Sin embargo, toda regla tiene su excepción porque quien sí parece haberse hecho a sí mismo, aunque no se haya autodefinido como tal, es Nicolò Barella, al menos como futbolista, ya que aúna todo lo que un jugador puede aspirar a tener al mismo tiempo en un solo cuerpo. Absolutamente todo. Como si hubiese acudido al supermercado del fútbol y llenado el carro con una unidad de cada producto. Y, por si fuese insuficiente, ha nacido en Cerdeña, uno de los lugares más bellos del continente.
Hace un tiempo me preguntaron si veía a algún futbolista italiano de la actualidad capaz de convertirse en un histórico de la selección, es decir, de entrar en una futura lista de los 25 o 30 jugadores más destacados de siempre en la Nazionale tras retirarse. Dudé con Nicoló Zaniolo, pero después de la desgraciada segunda rotura del cruzado, la respuesta me salió de inmediato: su tocayo Barella. Un tipo de centrocampista que posee la grinta, la cultura del esfuerzo, el carácter silencioso pero extremadamente ganador, la puntualidad, el liderazgo práctico, la pierna dura, la superioridad en el duelo individual, el motor para no dejar de correr ni por un instante, la nobleza pero también la pegajosidad en cada lance defensivo, la inteligencia a 360º y el sentido táctico que ha caracterizado a la mejor generación de intérpretes de la demarcación a lo largo de los años en la selección italiana, la que va desde finales de los setenta hasta principio de los noventa. Como si de un Lele Oriali o un Marco Tardelli del siglo XXI se tratara.
Y, al mismo tiempo, Barella también es un tipo de centrocampista que domina la técnica en espacios reducidos, la vocación vertical, la capacidad asociativa, la llegada desde segunda línea, la versatilidad, los escalonamientos para ofrecer una línea de pase constante, la voracidad al espacio para estirar, la capacidad para filtrar y asistir y la energía para destacar sobremanera en las transiciones ofensivas y defensivas que la nueva Italia de Roberto Mancini y el fútbol contemporáneo exigen. En definitiva, un mix de virtudes prácticamente sin parangón entre los futbolistas transalpinos actuales que, a poco que a Italia vuelva a irle bien en los grandes torneos, se consagrará todavía más como una figura quizá menos espectacular que otras, pero indispensable como ninguna. Un tipo de centrocampista capaz de hacer de todo y todo bien.
Es un futbolista compacto, que siempre la pide y que nunca se esconde, incluso cuando más quema el balón en los pies. Incansable y aguerrido en el pressing alto y en cada persecución defensiva. Un reciclador tras robo excelente, dinámico en sus movimientos y constantemente activo sin balón. Barella es polivalente sin dejar de ser nunca un centrocampista con todas las letras, tiene mucha personalidad pese a no poseer un carácter para nada egocéntrico y ejecuta todo a una velocidad altísima para no dejar de vivir el partido a ritmos altos ni por un segundo.
“Un Dunga con los pies de Rui Costa”, como lo definió Massimo Rastelli. Según el propio Antonio Conte un “assaltatore”, de esos que cargan el área por sorpresa para aniquilar al rival cuando menos se lo espera. Con un disparo desde media y larga distancia cada vez más peligroso, tanto por fuerza como también por una notable técnica con el interior del pie en la rosca dirigida al palo largo. Fuerte, enérgico y extremadamente inteligente tácticamente para darle a su técnico lo que le pide y un poco más. Un centrocampista que sabe siempre elegir nueve de cada diez veces la opción más adecuada para progresar o, en caso de que el rival tapone, para dar continuidad a la acción, aunque su primer control es uno de sus márgenes de mejora más palpables. Y, además, dueño de un centro de gravedad bajo y un tren inferior potente que le permiten, unido a su buena técnica, ser tan compacto, despegarse fácil de los marcajes, dar aire, estirar y descongestionar a su equipo tras zafarse y, a la vez, ser tan ávido y sagaz en el quite.
El sardo se ha convertido en el jugador más indispensable para Mancini, seguramente después de Jorginho —de hecho, ningún jugador de campo ha participado en más encuentros como titular con Italia en este 2020 que él—, y también en una figura clave para Antonio Conte prácticamente desde que llegó al Inter. Un hecho en absoluto banal a pesar del elevado precio —que no excesivo— que pagaron los nerazzurri por él. Tenemos en la misma ciudad el caso de Sandro Tonali, sin ir más lejos, a quien le está costando muchísimo encontrar espacio en el once.
Nicoló Barella soluciona problemas y el Inter ha tenido que subsanar ya varios a lo largo de la gestión Conte, lo que ha llevado al canterano del Cagliari a poner parches en zonas del campo muy diferentes y siempre con resultados óptimos en cuanto a un rendimiento que nace desde lo individual pero que siempre sin excepción mejora lo colectivo. Entre el tramo final de la pasada temporada y lo que llevamos de esta, el 23 interista ha actuado en todos los roles que su poliédrica funcionalidad le permiten. Si comenzamos desde atrás hacia adelante, Barella ha jugado como puntual tercer central tanto en derecha como en izquierda, retrasando y lateralizando muchísimo su posición para facilitar la salida en corto, adelantar al central exterior opuesto y situar en zona de tres cuartos a los carrileros, o como integrante de un doble pivote en paralelo, ejerciendo de gestor de los primeros pases en la piel de alternativa al regista cuando Marcelo Brozovic está tapado por un rival, algo que ocurre la mayor parte del tiempo, y como un “transportador” de balones hacia la mitad opuesta a través de sus potentes primeros pasos.
El cagliaritano ha tenido que actuar sobre todo como interior avanzado en cualquiera de los dos perfiles, la que es sin duda su mejor posición debido a su gran talento para ofrecerse en vertical o lanzar señuelos con sus movimientos profundos que faciliten el avance con pelota de cualquiera de los dos centrales exteriores. Desde ahí también logra ganar la segunda jugada, atacar la prolongación de Romelu Lukaku en inicios más directos o recibir en el carril intermedio y ser muy incisivo a través de ellos si ataca el lado débil de la acción. Ha jugado también como mediapunta, una zona en la que es capaz de dejar algunos toques de orfebrería de vez en cuando, como el fabuloso taconazo ante el Real Madrid. Y, finalmente, se sitúa con bastante asiduidad a la misma altura de los delanteros a la hora de llevar a cabo la presión elevada. Uno de los pilares de la estructura táctica de este Inter de Conte y un aspecto para el que resulta igualmente vital debido a su capacidad casi única de defender en intermedias y encargarse al mismo tiempo de dos marcas alejadas, sosteniendo el equilibrio defensivo del equipo desde que los nerazzurri pierden el balón, sin olvidarse de un retorno y de unas ayudas laterales de primera categoría y de un trabajo sin balón que suele encargarse del mejor futbolista rival a la hora de insertarse sin balón hacia el área por su extrema concentración a lo largo de los 90’.
Duro y auténtico como las rocas de las montañas del Gennargentu, conmovedor en sus esfuerzos como una puesta de sol mirando al Scoglio Pan di Zucchero desde Masua, allí donde il sole si ferma più a lungo, único en su especie como la maravillosa playa de La Pelosa, nero como i quattro mori de la bandera sarda ondeando desde lo alto del Bastión de Saint-Remy e intensamente azzurro como el color del mar en el Golfo de Orosei, Barella representa los cuatro puntos cardinales, el núcleo central de su mágica isla y también el núcleo central de su equipo de fútbol, tanto en el Inter como en la Nazionale.
No solo parece un futbolista hecho a sí mismo por la ingente cantidad de cosas que puede hacer —y que hace de manera sobresaliente— dentro de un terreno de juego, sino que también es ese tipo de jugador entre mil capaz de convertir a un buen equipo de fútbol en un equipo auténticamente ganador con su mera presencia y sin hacer demasiado ruido, una de esas piezas tan valiosas como cruciales que se echan de menos hasta el extremo el día que no pueden estar. Viéndolo jugar, empiezo a convencerme de que sí hay algunos casos excepcionales de personas que verdaderamente se han hecho a sí mismas, ya que es imposible contar con un número tan alto de características de valor para ejercer la profesión de futbolista como Barella. Un tipo que además de parecer haberse hecho a sí mismo como futbolista, también se ha hecho para ayudar y mejorar a los demás. En resumen, uno de los centrocampistas más completos del mundo.
Imagen de cabecera: Claudio Villa/Getty Images
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