No hace falta ser guionista para intuir el caprichoso hilo conductor que une las trayectorias de Federico Chiesa y la Juventus. Destinados a encontrarse, dirían algunos. El particular sliding doors del extremo genovés comenzó el 20 de agosto de 2016, día de su debut en Serie A con 18 años y frente a los de Turín. Por si fuera poco, en el choque de la segunda vuelta en el Franchi firmó la primera gran actuación de su carrera, rozando —literalmente y tras centrochut de Badelj— el gol que supondría la victoria de una Fiorentina que acostumbra a vender cara su piel ante la Vecchia Signora. Rivalidades crónicas del calcio.
Trece años y cuatro temporadas en el primer equipo viola más tarde, Federico se marcha de Florencia por la archiconocida puerta de atrás. Su adiós deja un regusto amargo, de capitán que abandona el barco y traiciona unos colores. Porque a pesar de rumores insistentes y numerosos indicios —como Messi, también Chiesa tiene su anécdota de una servilleta que Paratici olvidó en un restaurante— que lo relacionaban con la Juve en los últimos años, la parroquia florentina albergó esperanzas hasta las últimas horas del mercado. Si los más comprensivos aceptaban que volase hacia nidos mayores, ningún tifoso logra digerir que su única voluntad fuese recalar en el eterno rival. Dicho de otro modo, el cómo podría ser aceptable si no fuese por el dónde.
El puente aéreo Fiorentina-Juventus trae consigo inevitable y genuino despecho; lo sabe bien Baggio y en menor medida Bernardeschi. Aunque la abrupta salida de Chiesa no haya suscitado el clamor popular vivido en tiempos del ‘Divin Codino’ —la gente plasma hoy su ira en Twitter en lugar de manifestarse in piazza—, el mensaje de parte de la afición no pudo ser más directo: «Traicionar a quien te ha criado y protegido es la mayor falta de respeto. Florencia ya no es tu casa», rezaba una pancarta tras el anuncio de Fede como bianconero. Incluso el alcalde de la ciudad Dario Nardella declaró sin quitarse la bufanda que “los aficionados de la Fiorentina odiamos las camisetas de rayas, y más si son blancas y negras. Traición es una palabra fuerte, pero estamos enfadados».
Borrón y cuenta nueva. O eso espera un Chiesa que añade un registro a la plantilla de Andrea Pirlo; su atípico perfil permitirá obtener la ansiada amplitud en banda derecha que no supieron o pudieron aportar Bernardeschi y Douglas Costa, zurdos con tendencia a conducir fuera-dentro. Federico es arrancada y regate, un tractor cerca de la línea de cal que garantiza cantidad de esfuerzos pagando —hasta la fecha— el precio de su innata explosividad con una comprensible pérdida de efectividad. Su fútbol es por momentos unidireccional, un alarde de sacrificio y ejecución a máxima velocidad. Y aunque nadie duda de su cuánto, ya se sabe lo que ocurre con la potencia sin control.
En Turín no le faltarán apoyos para seguir progresando. Desde un ‘Benjamin Button’ Buffon que ya jugó con su padre Enrico —de quien ha heredado el brillante golpeo— hasta un Pirlo que se antoja el maestro ideal para desarrollar su inteligencia futbolística, aspecto donde cuenta con amplio margen de mejora. Verticalidad y esfuerzos prolongados son marcas de la casa, por lo que Chiesa podría convertirse en el socio perfecto de Cristiano Ronaldo en un contexto de transiciones que el matador portugués maneja como pocos. El reto es aunar cantidad y calidad. Cambiar Florencia por Turín fue una elección arriesgada cuyas consecuencias emocionales son ya irreversibles y a Fede le toca ahora hablar en el campo, añadir porqués y cómos a su repertorio. Los mimbres están ahí.
Imagen de cabecera: Marco Luzzani/Getty Images
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