La Juventus, personificada en su presidente Andrea Agnelli y su vicepresidente Pavel Nedved, casi como por medio de una revelación, decidió prescindir de un entrenador ganador para apostarlo todo a un juego combinativo, asociativo y de marcada voluntad ofensiva para, solo dos años después, volver a dar un golpe de timón de 180º, en un vano intento de retroceder en el tiempo y reencontrarse así con el mismo técnico al que había abierto la puerta en su día.
El Massimiliano Allegri que se encontró la Vecchia Signora el pasado verano era el mismo entrenador, pero era al mismo tiempo un entrenador distinto. Mucho más enfático en sus planteamientos defensivos, con un discurso de vieja escuela, de amor declarado hacia el 1-0 y unos métodos que en más de siete meses no han sido capaces de otorgar a su equipo un plan ofensivo colectivo con el que poner en valor la calidad de sus piezas y dominar a los rivales. “Es mejor una Juve fea y ganadora que una Juve bonita y perdedora”. Pues ni una ni la otra.
Es posible que en Italia los preceptos clásicos de Allegri, ahora más exagerados, todavía tengan potencial y margen para imponerse. De hecho, está siendo a partir de su receta de toda la vida, del equilibrio, la solidez, la defensa del área, los tres centrales, el repliegue, las ayudas, los ataques rápidos y verticales y, claro está, de un Dusan Vlahovic en estado de gracia que ha hecho suyo el equipo desde el primer día, con lo que ha remontado posiciones en la Serie A.
Sin embargo, las riendas de ese caballo no han servido para sujetar su competitividad en Europa, ni siquiera para evitar tropezar por cuarto año consecutivo ante un rival claramente inferior por presupuesto, plantilla, aspiraciones, potencial y renombre en el panorama actual. Incluso en un día grande, como era la vuelta de octavos de Champions League en casa frente al Villarreal, la falta de ambición o la falta de costumbre (o ambas a la vez) a la hora de imponer su dominio territorial a través del balón ha lastrado a un autolimitado equipo bianconero.
Impropia, inoperante, rudimentaria, pobre, poco estimulante… Son solo algunos de los adjetivos que pueden aplicarse al balance ofensivo de esta Juventus de Allegri 2.0. ¿Compensa la búsqueda del cáliz sagrado de la solidez el hecho de ser un equipo tan grande al que se le pueden aplicar todos estos adjetivos de equipo pequeño juntos al mismo tiempo?
Emery le dio a la Juventus campo e iniciativa y la Juve ni supo cómo presionar alto, ni supo cómo armar ataques elaborados en campo rival de una forma ágil y encontrando los espacios para generar peligro, por lo que acabó o bien jugando en largo hacia Morata y Vlahovic, para que entre ambos se buscasen la vida, o dándole el balón a un Arthur que volvió a abusar del pase horizontal y casi nunca supo encontrar a Locatelli o Rabiot en un escalón superior al suyo.
Más allá de esos límites, para nada extraños para quien haya seguido a la Juventus desde el inicio de la temporada, el conservadurismo posicional de Allegri tampoco ayudó en nada a su equipo. En lugar de intentar abrir el campo y permitir las incursiones tanto de Rabiot como de Locatelli hacia el área, llevar de esta forma atrás al bloque amarillo y despejar las líneas de pase diagonales hacia los carrileros, el técnico toscano nunca consiguió conectar a sus interiores con la manija espesa de Arthur y tampoco dio alas a sus centrales exteriores para tomar la iniciativa en conducción y así atraer marcas e ir generando espacios de progresión.
La Juventus acabó ralentizando enormemente su circulación de balón, poniendo todas sus fichas a que Vlahovic, un atajo catedralicio al gol que permite aplazar la resolución de la falta de sofisticación ofensiva, cazase un remate de primeras en el área o que Cuadrado desequilibrase desde lo puramente individual, aunque el sistema siempre le hacía recibir lejos del pico del área. Y además, el colombiano nunca tuvo un movimiento de ruptura por delante en su costado para poder combinar, soltar pase y ofrecerse de nuevo por fuera o por dentro.
El embudo era un hecho consumado y el contexto pasó definitivamente a ser favorable a un Villarreal que ya controlaba lo que pasaba sobre el césped de Turín. Y con la entrada de Gerard Moreno y su talento para recibir entre líneas, girarse, controlar de forma orientada, aprovechar el choque, encontrar la línea de pase o el camino hacia el gol, cada transición del equipo groguet era un aguijonazo en el estatus de club grande de la Juve, hasta su demolición poco después con el penalti de Rugani y, más aún, con su nula reacción para buscar el 1-1.
Un resultado y una nueva e hiriente eliminación que no solo dejan muy tocado el amor propio del club y de sus tifosi (veremos hasta qué punto puede pasar factura en una lucha por el Scudetto a la que la Juventus se había incorporado como invitado sorpresa), sino que ponen de manifiesto que la idea de juego de Allegri, de este Allegri, cinco años después de la última final de Champions alcanzada por los bianconeri, un mundo en términos futbolísticos, está muy alejada de sus ambiciones, del nivel de sus piezas y de ser la correcta para dominar Europa.
Un escenario europeo donde el ritmo alto de las posesiones, la apuesta por la calidad técnica que afila y a su vez es afilada por toda la estructura táctica, la presión tras pérdida y en campo rival, el bloque alto, las transiciones cortas, el dinamismo, la iniciativa, la ambición y el talento (no está de más recordar que Dybala, el mejor futbolista técnicamente de la Serie A y también el más creativo de su equipo, con gran diferencia respecto al segundo en ambos casos, fue suplente en el Día D ante el Villarreal) son las cuestiones que más veces marcan la diferencia.
La Juventus de Allegri, como ya no es novedad, volvió a pecar de rigidez, de un exceso de celo y equilibrio, de previsibilidad, de una circulación de pelota lenta y pastosa, de una ocupación de los espacios excesivamente estática, de una notoria escasez de movimientos por delante de la línea de balón, más allá del reparto a medias del ancho del campo que hicieron sus dos puntas. A pecar de mecanismos pulidos y trabajados para derribar bloques bajos en ataques estáticos más o menos prolongados y para superar bloques altos con automatismos en salida que vayan generando ventajas progresivas y le permitan viajar de área a área como un todo.
Allegri ha dejado de lado su otrora loable flexibilidad táctica, su cintura, su adaptación, su lectura de las situaciones y los momentos para abrazar una fe resultadista desmedida que, para colmo, ha vuelto a no encontrar justificación precisamente en cuanto a los resultados se refiere, al menos a nivel europeo. Y salvo que la Juventus consiga culminar su remontada en Serie A con un Scudetto que sería francamente sorprendente, el club turinés vuelve a ver cómo se abre ante los ojos de Agnelli y Nedved un nuevo periodo de dudas en cuanto a la línea editorial que deben seguir para volver ganar en Italia y volver a aspirar a hacerlo en Europa, para volver a competir al nivel de su exigencia. Una decisión mucho más complicada que el pasado verano, que el anterior y el anterior, porque si ni la Juve “bonita” ni la Juve “fea” saben cómo acercarse a su obsesión por ganar la Champions League, ¿cuál es ahora el camino que sus dos próceres deberían elegir seguir para el club en el que ganar es lo único que cuenta?
Imagen de cabecera: @championsleague
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