Los fantasmas del pasado e infausto Mundial 2018 han vuelto a visitar a la selección italiana y se han quedado a vivir en ella. Los dos empates consecutivos ante Suiza e Irlanda del Norte han terminado por condenar a la vigente campeona de Europa a la dura repesca para intentar volver a una Copa del Mundo ocho años después de su última presencia en el gran torneo.
Unos fantasmas que a buen seguro jugarán su papel en los partidos del playoff del próximo mes de marzo y que harán que Italia viva todos estos meses con la espada de Damocles pendiendo sobre su cabeza, pero que han sido causados por un juego carente de brillo, un engañoso dominio territorial y de la posesión, ausencia de alternativas ante el cierre de espacios entre líneas y, en última instancia, falta de peligrosidad, de remate dentro del área y de conexión fluida con el nueve,la cual ya había empezado a atisbarse en la Eurocopa.
El objetivo de Mancini, desde su 4-3-3, es siempre el de erigir su maniobra ofensiva a través de una suerte de 3-2-5, con uno de los laterales fijado abajo y tratando de situar a partir de tres cuartos de campo a una pieza por cada pasillo interior y exterior. Sin embargo, la actual rigidez y la ausencia de dinamismo para llevar a cabo las rotaciones posicionales por parte de los centrocampistas, el extremo “real”, el “falso” extremo, el lateral avanzado y el único delantero centro (“falso” o “real”), que tanto rendimiento le dieron a Italia en la EURO, ha terminado por hacer florecer múltiples problemas para asociarse con continuidad en campo rival, pero también para atacar la profundidad, para generar ocasiones de auténtico peligro, y no disparos lejanos sin gran probabilidad de éxito, o para acometer retornos eficaces al estar más pasivos y menos cohesionados y concentrados a la hora de activarse para presionar tras pérdida.
De hecho, es muy fácil correr ante Italia si Bonucci, Acerbi, Jorginho y Locatelli —he aquí el motivo de peso por el que jugó Tonali y no el nuevo fichaje de la Juventus en el segundo encuentro— tienen que recuperar metros hacia atrás desde la divisoria sin un solo corrector rápido cerca. La prueba del algodón, la lección práctica y la clara demostración de que atacar mal es defender mal y una cuestión absolutamente colectiva. Y la clara demostración también de la importancia que ha tenido Verratti para que este equipo asiente sus posesiones, ataque como realmente quiere atacar y después pueda presionar donde realmente quiere presionar.
Las principales alternativas de Italia para solventar estos problemas han sido, en primer lugar, la inclusión puntual de un falso nueve. Con Insigne en esas funciones lo que ha terminado por conseguir la Nazionale en los últimos partidos es favorecer más si cabe la defensa entre líneas de sus rivales y alejarse aún más del remate en el área, aunque fuese por vías más directas, como centros laterales. Una decisión que ha parecido más obligada por las circunstancias y la falta de un nueve que encaje completamente con el estilo que convencida.
Y en segundo lugar, como se pudo ver ante Irlanda del Norte, Mancini intentó jugar la carta del balón largo en diagonal de Bonucci desde la defensa hacia el lado débil. Para ello, con cierto sentido sobre el papel por la preferencia de la selección británica a cerrar filas con su segunda línea antes que defender su espalda, cambió de perfil tanto a Chiesa como a Barella, para que así pudieran atacar con su sentido de la profundidad ese tipo de envíos del central juventino en unas zonas que les permitiesen enfocar su pie bueno hacia la portería a fin de armar remates desde la frontal. Una solución con lógica, pero que funcionó entre poco y nada.
Por otro lado, el balance de los nueves de Italia que han participado (Belotti, Raspadori y Scamacca) en los dos partidos en los que se jugaba estar en el Mundial 2022 y en los que necesitaba sí o sí una victoria ha sido de un tiro fuera y fue en el 85′ del último por parte de un Scamacca que ciertamente debió haber jugado más minutos de los apenas diez que disputó en Belfast, para así tratar de simplificar las cosas que ni la fluidez y el intercambio posicional de piezas ni la dirección de campo de Mancini esta vez no consiguieron. Para tratar de fijar centrales y ensanchar la distancia entre líneas en lugar de buscar sacarlos de zona y percutir. Para tratar de capitalizar el juego exterior con la caza de alguna finalización en el área. Para, al menos, sumar presencia en busca del ansiado remate de gol. Pero ni una cosa ni la otra.
Italia seguramente mereció algo más en ambos encuentros, pero esta vez no le sonrió la fortuna como sí lo hizo en los momentos más críticos el pasado verano, no supo gestionar con paciencia, con aplomo y con consciencia de campeón el segundo tiempo ante Irlanda del Norte y acabó siendo presa de las prisas, de unos fantasmas que parecían enterrados y también totalmente desordenada por el maremágnum de cambios por el mero hecho de cambiar.Sin precisión en el último pase, sin brillantez asociativaen espacios cortos, sin iniciativa y sin gol.
Mancini tiene ahora un trabajo psicológico evidente de aquí al próximo mes de marzo, pero también una labor táctica muy importante que quizá había quedado algo aparcada por el fantástico triunfo en la Eurocopa. Integrar al nueve en su estructura, involucrarlo tácticamente, hacer que se aproveche del juego tras de sí y que a su vez él sea provechoso para su fluidez, erigir sobre su figura una alternativa para acortar el camino hacia el área, darle la responsabilidad de aumentar la peligrosidad e incrementar su cuota goleadora, sea cual sea el nombre propio o el tipo de ariete por el que se decida, es el primer paso que Italia tiene que dar para lograr alejar los fantasmas del pasado Mundial y volver a vestirse de candidata a todo.
Imagen de cabecera: Roberto Mancini
Sevilla. Periodista | #FVCG | Calcio en @SpheraSports | @ug_football | De portero melenudo, defensa leñero, trequartista de clase y delantero canchero
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