Tengan por seguro que mientras leen este artículo (si gustan), Unai Emery estará estudiando rivales, analizando situaciones de partido o desgranando su próxima jugada maestra. Da igual la hora o el momento en que lo hagan. Unai es un enamorado del fútbol. Siempre tiene un plan en la cabeza. Y, desde hace ya un tiempo, una dulce debilidad por las rondas europeas.
Guste más o menos su forma de plantear los partidos, lleva en su ADN el gen competitivo que requiere el Viejo Continente. Con el Sevilla logró un hito prácticamente inalcanzable: ganó todos y cada uno de los dobles duelos que dirigió en Europa. Desde el primero contra el Pogdorica, en agosto de 2013, hasta el último contra el Shakhtar Donetsk, en mayo de 2016. Números salvajes.
Y, aun así, allá donde ha ido ha dejado detractores. Cuestiones inexplicables del fútbol. En Valencia, en su primera aventura de nivel europeo, logró el objetivo marcado por el club: clasificarse, año tras año, para la Champions League; en Sevilla -previo paso por el Spartak de Moscú, el único lunar en su expediente-, fueron claros y cristalinos: títulos antes que clasificaciones. Resultado: tres Europa League consecutivas. Un récord difícil de superar.
Pero Unai necesitaba satisfacer su deseo en la máxima competición continental. Y llegó la oportunidad de su vida. La Ciudad de la Luz se enamoró de su carácter ganador. El París Saint-Germain llamó a su puerta y le ofreció un cheque en blanco a cambio de su compromiso. ¿Por qué Unai Emery para encabezar un proyecto ideado para gobernar fuera de las fronteras de la Ligue 1? Miren sus estadísticas en Europa. Solo hechos. Es el trabajo personalizado. Un enfermizo de su profesión capaz de desvelarse por las noches y anotar en un papel meticulosamente postrado en su mesilla de noche la jugada o la acción que ha elucubrado entre sueños.
Tan pasional como metódico, cree en la psicología como la vía más eficiente para llegar a sus jugadores. Sus charlas son tan intensas que, en ocasiones, llegan a desesperar a quienes las escuchan, pero el mensaje siempre cala. Unai Emery basa su filosofía en el camino, una palabra marcada en rojo en su diccionario particular. Para el técnico vasco, la clave está en hacerse fuerte como grupo durante el recorrido. Las diferentes vivencias, las adversidades… son oportunidades para afianzarse de cara a una hipotética final. Todo lo aprendido en el trayecto servirá de estímulo cuando el cielo esté a pocos metros.
Y es que Emery rehúye de las guerras que duran cien años. La pasión que transmite en cada gesto le da seguridad para enfrentarse al éxito o al fracaso constantemente. Necesita adrenalina. Le cuesta hacerse a los campeonatos largos. Le van más las batallas a vida o muerte. A cara o cruz. Nunca clasificó al Sevilla para la Champions vía Liga, pero es prácticamente infalible en las eliminatorias a doble partido desde 2013. Para tumbarle, es necesario un plan igual o mejor que el perpetrado por él. Inspecciona el terreno, marca las pautas y dibuja un guion con diferentes secuencias en el nudo para llegar con suficientes argumentos al desenlace.
A Unai se le achacó permanecer demasiado tapado en las trincheras en combates pretéritos, pero, ¿contó alguna vez con una tropa diseñada para ir a quemarropa? Ahora en París dispone de las armas necesarias para presionar alto desde el principio si es necesario. Para atacar sin escrúpulos. Di María, Cavani y Draxler tienen pólvora para librar cualquier duelo por sí solos, y Verratti, Matuidi o Rabiot, la capacidad de llevar la contienda a su terreno. El PSG era un gigante dormido con Blanc; ahora, con Unai Emery, ha despertado. Al menos en Europa…