Minuto 85, FC Barcelona 3-1 Paris Saint-Germain. El Barça necesita meter tres goles para pasar la eliminatoria. Muchas cabezas bajan al césped. MUCHAS. No todas. Existe un hombre con alma de niño cuya mirada sigue fija en su objetivo, tres palos y una red; y es que los niños no suelen aplicar la lógica, no saben qué es eso de rendirse porque “es imposible”. Los niños sueñan.
Este infante -atrapado en un cuerpo de adulto- sale a relucir en cuanto ve un balón delante de él, trayendo consigo la indignación de todos los rivales que se cruzan con su imaginación y sus juegos. “No tiene respeto por nadie”, “se ríe del contrario”, “solo lo hace cuando va ganando” y otros muchos argumentos intentan desprestigiar su fantasía, pero la realidad es mucho más simple: los niños solo buscan divertirse haciendo lo que más les gusta; y este vive enamorado de un objeto, el balón, y un deporte, el fútbol.
22 días atrás, el FC Barcelona había sido un equipo apático, sin alma y absolutamente falto de intensidad en París. El resultado, un rotundo 4-0 en contra, ennegrecía un club que, en los últimos años, lucía uno de los estilos más coloridos de Europa; pero quedaba un resquicio de luz. Durante los terribles 90 minutos del Barça en el Parque de los Príncipes, se podía ver a un espíritu incansable que no cejaba en su empeño de crear peligro por banda izquierda. Solo un niño podría conseguir no contagiarse por la amargura de los adultos que le rodean. Los niños son muy testarudos. Y ahí empezó todo.
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De pronto, aquellos franceses que querían romperle la ilusión se metían en su casa, pero el ambiente era muy distinto al vivido a los pies de la Torre Eiffel. Más de 90.000 personas intentaban dejar a un lado todos los razonamientos lógicos y, emulando la actitud de los niños, soñaban con lo imposible.
Desde muy temprano, las cosas empezaron a salir como en las mejores fantasías imaginables. El adulto más talentoso de la historia estaba demasiado rodeado y, una vez más, el espíritu de un niño estaba tirando del carro. No obstante, la vida real no es nunca como se sueña -¿nunca?- y el golpe de crudeza llegó, dejando mudas por un momento a todas esas gargantas que gritaban por el mismo sueño. Solo quedaban diez minutos, había que marcar tres goles, era imposible.
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Un balón parado escorado a la izquierda, unas botas verdes, una escuadra y la mirada de un niño caprichoso. La grada se ponía en pie y, sin saber muy bien por qué, hacerle dos goles en dos minutos más el descuento a todo un PSG había dejado de parecer una locura. Lo siguiente fueron dos adultos que cayeron al suelo y un tercero que, engañado por uno de aquellos, hizo sonar un silbato; el pequeño se lo estaba pasando tan bien que decidió resolver la situación él mismo. En ese momento, la presión que recaía sobre sus hombros podría suponer una tortura para cualquiera, pero los niños viven en otro mundo. El sueño se hacía más tangible.
Así llegamos al minuto 94:30, y la escena se repite: balón en el suelo, botas verdes y ojos de niño. Uno de esos franceses mayores, llamado Rabiot, quiso oponerse y despejó, pero es que los juguetes y los niños tienen una atracción especial, y el balón volvió a sus pies. Cualquier adulto habría tirado de pragmática, colgando de nuevo la pelota al área; a él le gusta jugar, que para algo está la imaginación. Un recorte hacia la pierna mala –¡en el 94:36! Más inocente, irreverente e irracional no se puede ser- y el resto ya lo sabéis. La historia del fútbol se construye con estas gestas; y en este caso, todo empezó con el sueño de un niño caprichoso.
Le llaman Neymar Jr, y espero que no madure nunca.