Parece que Robert Louis Stevenson sea el intelectual y pensador que esté trazando el guión del Valencia. La representación blanquinegra del Doctor Jekyll y Mr. Hyde está enloqueciendo a todo bicho viviente. Los de Nuno viven un trastorno futbolístico disociativo de identidad. O lo que es lo mismo, una doble personalidad dependiendo del escenario donde desarrollan su trabajo. En casa se visten de arquetípicos héroes forajidos, nacidos de los folclores ingleses medievales y apellidados uno por uno Longstride. Como si Mestalla fuera el Bosque de Sherwood o Barnsdale y Valencia fuese Nottingham. La puntería de sus arqueros es devastadora y sus flechas han conseguido acaparar las riquezas de ilustres, nobles o distinguidos. Atlético de Madrid, Real Madrid y Sevilla -el Barça escapó por una ráfaga de viento que desvió la ballesta- vieron arrebatado su poderío ante un equipo inteligente, intenso, certero y canalla (Tebas no vayas a multarme). También la clase media acabó sucumbiendo a la comunión atmosférica idílica entre equipo y afición. El recinto che es una fortaleza inquebrantable.
Sin embargo, fuera de Mestalla, los futbolistas acaban llamándose del primero al último Robin. Todas las fortunas y peculios adquiridos de los poderosos acaban repartiéndolas entre los pobres y oprimidos. El Deportivo, colista en ese instante y con Víctor Fernández en el alambre, salió de la cueva con un 3-0; el Levante, que transita en la actualidad como farolillo rojo de la categoría, ganó 2-1; en Los Cármenes de Granada, ante un conjunto también asfixiado y en el momento de la disputa del encuentro con Caparrós mirando la puerta de salida, acabó empatando 1-1; el Celta, que llevaba más de dos meses sin anotar un gol, acabó marcándole al Valencia y empatando el partido 1-1. Y ayer la Rosaleda vio ganar a su Málaga por primera vez en este 2015. Muy generoso el Robin Valencia Hood de fútbol.
De nada sirve convertir Mestalla en la encerrona perfecta para los rivales, incluyendo a los dominantes de tesoros, si después, cuando coges el avión para salir por España, regresas con el zurrón lleno de polvo y carcoma. El objetivo inicial pretendido, ahora obligado al disponer solo de una competición, se esfumará si Nuno y sus futbolistas no encuentran el antídoto para que solo se vea a Jekyll. En la novela, un ingrediente fundamental como la sal se agotó en el contraveneno y, a pesar de las nuevas remesas que seguían llegando, éste dejó de ser efectivo. Solo quedó el oscuro alter ego de Jekyll. Quedó convertido en Hyde. El Valencia ha de conseguir ese ingrediente, pulsar esa tecla que le asegure ser fiable hasta final de temporada. Sea cual sea el recinto. A la Champions se accede con regularidad y es, justamente, lo que el equipo de Nuno no tiene en este momento.
El sistema de 4 mediocentros, con futbolistas desubicados que pierden potencial, no parece la fórmula. Ni los cambios reiterativos de sistema. El entrenador luso ha de comenzar a leer los partidos sobre la marcha para cambiar el desenlace de los mismos. Más si el resultado es desfavorable. Las alas han de ser innegociables, pues abriendo el campo, es como se puede hacer daño a los rivales. Teniendo a un delantero como Negredo, la utilización de las bandas ha de ser dogma de fe porque así se sacará jugo a un futbolista llamado a liderar el proyecto 2014-2015. El tráfico masivo por el centro solo hace que facilitar el trabajo defensivo de los contrarios. Mucho que reflexionar tiene este Valencia si quiere llegar a la meta deseada el 24 de mayo. El Power8 será otra prueba fuera de casa para comprobar si el desorden psiquiátrico de Jekyll-Hyde persiste o si Robin Hood se ha cansado de repartir dinero entre los más necesitados. No será la Inglaterra medieval el destino para resarcirse de esta resbaladiza y comprometida dinámica sino Barcelona. Un asombroso Espanyol medirá las psicopatologías del Robin Valencia Hood de fútbol.