A veces el fútbol apesta: el éxito suele basarse en los trofeos que besas. Sin embargo, en Bérgamo no se habla sobre esas patrañas. Simplemente disfrutan de su equipo. La Atalanta, que hace no mucho vagaba por pestilentes lugares alejados de la élite, ha decidido ser esa entidad dispuesta a tocar las narices a los grandes. De la noche a la mañana los italianos aterrizaron en la aristocracia, de muy malas maneras y sin preguntar, cuajando un fútbol que por momentos rozaba la excelencia si te encanta ver goles. Si te gustan los conjuntos defensivos cambia de canal. Y de artículo.
El director de este cuadro se llama Gian Piero Gasperini. El italiano podría perfectamente ser ese Harvey Keitel que hace de hombre que te soluciona los problemas en una ínclita película. Sus ideas son claras: mucho balón y presión asfixiante cuando el rival saca el cuero desde su portero. Aunque si el otro equipo plantea algún problema extraño tendrá soluciones hasta para limpiar un cadáver. Nunca dudes de él.
Y todo ello lo ha hecho sacando futbolistas de la base, ya sea de la suya o de entidades superiores en Italia, y confiando en jugadores que en otros equipos no valían. Él consigue siempre ver algo diferente. Pese a ello, no gana: en un par de ocasiones han rozado la Copa doméstica. En Europa han cosechado triunfos que perdurarán en la memoria de muchos aficionados en uno de los momentos más complicados de su vida: el coronavirus golpeó duramente a la región. Que nadie venga a hablarnos de trofeos, por favor. La Atalanta es uno de los mejores bloques de toda Europa en el último lustro. Lo demás ya llegará si al Dios del fútbol le apetece otorgar una justicia divina que los de Gasperini llevan buscando durante tiempo. Y aunque no toquen metal no nos olvidaremos de su juego, de sus ideas y de su valentía.
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