
Hace exactamente dos años, Fabio Quagliarella
salía del Torino en el mercado invernal por la puerta de atrás, con el
runrún de la afición granata a las espaldas después de una media
temporada más que discreta, crepuscular. A sus 33 años entonces, el delantero
napolitano parecía haber dicho ya todo lo que tenía que decir en el Calcio tras
sus buenos cursos en Génova, Udine, Nápoles y en la Juventus como
apreciado jugador de plantilla. El fútbol de Giampiero Ventura, que le
obligaba a recaudar el juego frontal a muchos metros del área, sin apenas
compañeros por delante y a exprimirse físicamente para poner a funcionar su
olfato era un contexto más que desfavorecedor, contrario a sus virtudes.
Unas virtudes que, sin embargo, seguían presentes y
vigentes. Salvo los primeros meses a las órdenes del dinamismo impuesto por Vincenzo
Montella en la Sampdoria, Quagliarella volvió a ser quien fue en un
Marassi que ya conocía. La llegada de Marco Giampaolo en el verano de
2016 cambió todo y alargó sus más que presumibles finitos horizontes. Un
entrenador que ya había enfatizado al máximo de sus posibilidades en el Empoli
a otro nueve veteranísimo con muchísimo menor talento como Maccarone,
llevándolo hasta su récord personal de goles en la élite. Y lo ha vuelto a
repetir con el máximo goleador en activo de la Serie A.
Giampaolo volvió a otorgarle a Quagliarella un panorama
prometedor, sin embargo, las expectativas han sido superadas ampliamente hasta
hacer de él, en la presente campaña, el mejor delantero de su edad de todo
el continente y a alcanzar, sin haber cumplido dos tercios de competición,
el mejor rendimiento numérico y futbolístico de toda su respetable carrera… a
sus 35 años. Y lo ha hecho a través de su habitual 4-3-1-2, que tan bien lo
rodea. Un nueve de desgaste a su lado como Duván Zapata, un mediapunta
suministrador como Gastón Ramírez, un regista con capacidad para
ordenar y verticalizar como Torreira e interiores de despliegue, llegada
y técnica en su zona de acción como Praet y Linetty han elevado a
Quagliarella hasta la increíble producción (goles más asistencias) de un gol
por partido disputado.
Con la salida de Schick y Muriel y el
cambio por la potencia de choque y la consecuente liberación de espacios
de Zapata, y la implementación de un trequartista con mayor dominio
físico, corporal y del último pase como Gastón Ramírez en lugar de Bruno
Fernandes; la Sampdoria ha aumentado su vocación y su velocidad asociativa
ofensiva en términos posicionales y corales hasta ser, con el Napoli, el
equipo que mejor ocupa los espacios y que mayor parte del tiempo tiene la
posesión en tres cuartos de campo del rival, sin dejar de explotar la
verticalidad. Un escenario renovado, un equipo mucho más junto tras cruzar la
medular, que ha puesto a Quagliarella en el centro neurálgico de cada ataque y
que le ha permitido focalizarse en los que más le gusta, los tres palos, en
lugar de tener que jugar más tiempo de espaldas para armar la acción.
Más allá de esa fase ofensiva totalmente retroalimentada
entre todos sus elementos y de su relación directa con uno de los futbolistas
más bonitos de ver actualmente en Italia como es Gastón Ramírez -ninguna
otra pareja asistente – goleador ha producido más goles en esta temporada (6)-,
Quagliarella está llevando su instinto a otro nivel. El italiano siempre se ha
destacado por ser un delantero que desarrollaba su liderazgo y su pegada a
través de una vertiente egoísta, de puro nueve, basada en la cantidad más que
en la calidad de sus definiciones. Sin embargo, su capacidad de mejora a su
edad en este aspecto es la otra gran explicación y motivo, además del puramente
táctico creado por uno de los mejores entrenadores italianos contemporáneos, a
la impresionante temporada que está realizando.
A Quagliarella nunca le ha importado demasiado la calidad
potencial del disparo, capaz de soltarlo desde cualquier posición imaginable.
Salvo ahora. Casi
totalmente focalizado al área, donde se está expresando a las mil maravillas en
movimientos cortos, colocándose siempre con peligro a la espalda de la defensa
y cayendo hacia los límites laterales de la misma –especialmente el izquierdo,
la zona fuerte de la Samp-; una vez recibe el balón, apenas desperdicia una
sola ocasión clara de llevarlo a la red. Una puntería y un refinamiento en las
definiciones que está conjugando, además, con la infalibilidad desde el punto
de penalti.
El mérito de mejorar en términos cualitativos cuando ya
nadie espera que lo hagas es francamente mayúsculo. Fabio Quagliarella está
consiguiendo, en el claro ocaso de su carrera, que le recordemos como algo que
no había conseguido transmitir del todo hasta ahora, como una figura que va más
allá de su sello distintivo como autor de voleas tan estéticas como imposibles,
grabadas en la retina de la memoria colectiva. Fabio Quagliarella está
consiguiendo que le recordemos como lo que realmente es: uno de los mejores
delanteros italianos de su generación.
Sevilla. Periodista | #FVCG | Calcio en @SpheraSports | @ug_football | De portero melenudo, defensa leñero, trequartista de clase y delantero canchero

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