El fútbol tiene esa magia inexplicable, esa capacidad de iluminar caminos que parecían oscurecidos por la adversidad. En cada rincón del mundo, un niño persigue un balón con la ilusión de que lo guíe hacia un destino mejor. Maroan Sannadi, nunca dejó de correr tras ese sueño.
Su historia representa la esencia de este club: sacrificio, esfuerzo y una fe inquebrantable. Nacido en Vitoria, con raíces marroquíes y una infancia en la que el fútbol fue su refugio, Sannadi ha peleado por cada paso en su carrera.
Pudo rendirse. Pudo dejarse arrastrar por el miedo al rechazo y por las puertas cerradas. Pero decidió creer, pelear y, sobre todo, esperar su momento. Y cuando llegó, no titubeó.
San Mamés es un escenario imponente. Pero el sábado, con el partido ya encarrilado, la Catedral alzó sus brazos cuando Maroan pisó el césped. No era solo un debut. Era el salto de un futbolista que había cruzado un puente que a muchos se les hace infinito: de Primera RFEF a la élite. Y lo hizo con la firmeza de quien sabe que el tren de su vida no puede pasar de largo.
Bajó balones con facilidad, giró con una agilidad impropia de su físico imponente y se atrevió con bicicletas y combinaciones rápidas. Y sí, también cometió algún error. Pero lo que San Mamés no negocia es la actitud, y Maroan peleó cada balón como si fuera el último.
Sannadi supo equilibrar la audacia con la humildad, dando a conocer en su primer encuentro la mezcla justa de descaro y entrega. “Es lo mínimo que van a ver de mí. Me voy a matar por esta camiseta”, dijo al terminar el partido. Un mensaje claro, directo, sin artificios. Como su fútbol.
El fichaje, único en el mercado invernal, es mucho más que una incorporación deportiva: es la materialización de un sueño largamente forjado a base de pico y pala. Maroan debutó en Primera con el Athletic Club. No era solo él pisando el césped de San Mamés, era el reflejo de cada niño que sueña con trascender, que encuentra en el fútbol su refugio, su motor, su razón.
