Ha decidido Zidane solucionar los problemas del equipo haciendo como que no existen. A menudo se ve rodeado de periodistas que preguntan por preocupaciones que el francés no siente, por carencias que no ve y por explicaciones que a él le resultan básicas. Tuerce el gesto, si acaso desprende una mueca de sorpresa, y sin la menor perturbación en su ánimo atribuye a la falta de gol la mala dinámica del equipo, elogia la actitud de sus chicos y no reserva un hueco para la autocrítica. Zidane no habla de problemas porque, simplemente, no los ve. O eso suponemos.
El francés es un alumno aventajado de la técnica del avestruz. Saben a lo que me refiero. Cuando el avestruz se siente amenazado, cava un hoyo en la tierra y esconde su cabeza en él. No ve, no oye. Anula sus sentidos. Y por eso cree resuelta su amenaza. Es una técnica, extrapolada al ser humano, seductora. No soluciona el mal, pero evita el miedo interno. Es un recurso cómodo, nada complejo. A Zidane se le suponen muchas cualidades, pero entre ellas no está la reflexión critica. Desconocemos si peca de optimismo o de ingenuidad. La mala imagen del Real Madrid desde hace unos meses no puede resumirse en una sucesión de factores externos negativos. Al equipo le falta un plan de juego, sus estrellas experimentan un estado de forma preocupante y los jóvenes, posible solución parcial al problema, son un recurso marginal en la mente de Zidane.
Reza el tópico que el primer paso para solucionar el problema es reconocer que se tiene un problema. Yo digo más: antes de reconocer el problema, hay que identificarlo. Ponerle nombre. Que el Real Madrid haya firmado el peor arranque liguero de los últimos ocho años, cuando a Schuster le limpiaron del banquillo, o que su máximo goleador, Cristiano Ronaldo, solo haya anotado dos goles en catorce partidos hacen pensar en problemas más arraigados que Zidane prefiere obviar. “No me preocupa”. “Falta gol”. “Estoy contento con la actitud”. Insiste una y otra vez, quizás para proteger al equipo.
El optimismo es saludable,pero cuando se confronta con una realidad negativa se deshilacha, pierde consistencia y, si acaso, se constituye como un placebo inútil que, aunque no cura la enfermedad, alivia los síntomas. Pero todo caduca. El crédito se agota. Se produce una asimetría entre el discurso de Zidane y la visión que el hincha tiene del rumbo del equipo. El público admite errores, pero no tomaduras de pelo. Y cuando un entrenador deja de convencer en sus argumentos, acabará por no convenver en sus decisiones. Ni si quiera en sus resultados. Nada se valora más que la honestidad, aunque el barco se vaya a pique. Ser consciente de que hay alguien al mando, que analiza lo que no funciona y trata de revertirlo, es un refuerzo psicológico. Pero cuando todo se niega, todo se perpetúa.
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