La rapidez con la que tachamos los días del calendario esconde una simple razón: tenemos un tremendo empeño en completar nuestras tareas, ya sean laborales o del hogar, con premura. Todo lo que se haga debe ser veloz y efectivo, no puede haber un espacio para el sosiego. Luego, cuando nos damos cuenta de que ya es lunes, nos damos de bruces con la realidad: no tenemos tiempo para pensar. Estamos tan obsesionados que incluso hay alguno que ve las series más rápido, obviando diálogos. Sebastian Giovinco siempre ha sido de los que no dudan en el campo: cuando tiene el balón las piernas suelen ir más rápido que la cabeza de cualquiera. Cuando intentas prever su próximo movimiento ya te ha hecho el regate. Siempre ha sido un futbolista especial.
La hormiga atómica dejó una especie de trauma en el aficionado al balompié europeo. El italiano era un futbolista fetiche para muchos. Estaba lejos de las etiquetas y los clichés del fútbol moderno: era anárquico, veloz y regateador. Y, asimismo, era bajito. Tuvo que ganarse las habichuelas en la Serie B con su Juventus, donde fue cedido dos veces hasta conseguir hacerse un hueco en la plantilla de los de Turín. En Empoli y Parma aprendió lo complejo que era triunfar en la élite. Sin embargo, en 2015 todo cambió: se marchó a Estados Unidos. Algunos le llamaban pesetero.
En la MLS, además de ganar un sinfín de títulos, nos dejaba imágenes impresionantes casi cada fin de semana. Ya con Twitter en ebullición, era lo más normal del mundo ver vídeos de Giovinco haciendo lo que le daba la gana en los campos norteamericanos. Sus éxitos le llevaron a un traspaso aún más exótico: el Al-Hilal Riyadh le convenció para continuar su carrera en Arabia Saudí. Sin embargo, los años pasaban y quedaba la espinita de volver a la Serie A. La Sampdoria, que está en problemas en la liga, ha cumplido el anhelo de muchos aficionados que se quedaron prendados con su nivel en sus primeros pasos en la élite: ver de nuevo en su país a aquel chico bajito que convertía la tarde de un defensor en una visita al dentista. La de un soñador que no te dejaba un segundo de descanso.
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