Fueron los aficionados del Chelsea, envalentonados por ese cruel proyecto encabezado por megalómanos, los que nos recordaron lo que significaba visitar el estadio del Stoke City. Se llamaba Britannia Stadium en sus tiempos de Premier League, aunque el ínclito comentarista de Canal Plus sobre fútbol inglés, Sixto Miguel Serrano, creía que debía llamarse “lo que vale un peine Stadium”. En aquellos años de adolescencia aprendí solo dos cosas del fútbol: si Leo Messi disparaba (y dispara) era gol y tres puntos. Y, por supuesto, si el narrador murciano aseguraba algo eso iba a ocurrir. Nunca fallaba.
La famosa metáfora de visitar al dentista se quedaba raquítica cuando te vestías de corto para enfrentarte a Tony Pulis. Los odontólogos, por lo menos, te juran que no dolerá y que todo irá bien. En cambio, el galés -que no os engañen las fotos que busquéis por Internet- no tenía ni la cortesía de sonreírte y desearte suerte. Desde el primer minuto encendía la caldera y te atosigaba a base de servicios de banda y de esquina. Su gran lanzador era el celebérrimo Rory Delap, un Homer Simpson disfrazado de Bruce Wayne: no era el futbolista más técnico ni más físico ni más definitorio de cara a puerta, pero nadie podía igualar sus envíos desde los laterales con la mano. Eso le convertía en un jugador con un talento especial. Casi imparable.
Hubo momentos en los que se llegó a pensar que ceder un córner era mejor empresa que tirar el balón por la línea de banda. El cliché inglés de celebrar los saques de esquina era una estupidez comparada con el rubor del Britannia con los preparativos de Delap. Como siempre, aquel Stoke, más allá de haber cuajado un sinfín de recuerdos para el aficionado neutral, fue el centro de la conversación de muchas mesas de debate. Se diseccionaba todo. El más visceral fue Arsène Wenger que, curiosamente, no paró de caer derrotado cada vez que viajaba a Stoke-on-Trent.
El francés, obsesionado con ese estilo exquisito que le llevó a hacer historia en Londres, no quería aceptar que un club con peor infraestructura y con mucho menos talento que su entidad podía superarles año tras año. Lo aseguraba el técnico de los potters en el podcast de Peter Crouch: “Wenger vino un año y se quejó de que el césped era demasiado largo. Escribió una carta a la FA. Los árbitros y el juez de línea tenían que venir y medir el césped. Sé que habló sobre prohibir los saques de banda y dijo que no deberían permitirse. Eso era música para nuestros oídos”.
El Stoke consiguió mantenerse, incluso sin Pulis, durante 10 años en la élite. Su idea, con el paso de las temporadas, se fue reformando hasta incluso ser un equipo que invertía mucho dinero en grandes futbolistas. Sin embargo, para siempre quedó aquel mantra que un aficionado quiso revivir mientras unos aristócratas querían arrebatarnos lo poco que nos queda de deporte. La de aquellas noches incómodas en las que sabes que no te vas a llevar los tres puntos. Ya lo dicen los ingleses: “Messi es buenísimo, pero me gustaría verle en una noche fría y lluviosa de Stoke”.
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