Corren vídeos por internet de aficionados insultando al director deportivo y este, muy campanudo, contestando que la culpa es de los futbolistas. Este es el nivel. Sí, he empezado por el final de la historia porque de lo previo ya hemos hablado en esta web durante mucho tiempo. Te pongo en situación si hoy has empezado aquí: el Everton es un equipo a la deriva desde hace décadas, pero desde que se fue David Moyes, quitando alguna que otra alegría celebrada desmesuradamente -lo normal-, los toffes se han puesto en el papel de Homer Simpson: “Cojo una temporada y la tiro por el retrete”. Y así van cientos de millones desperdiciados en entrenadores, futbolistas y directivos mediocres. Hasta que un día las consecuencias sean tan graves que incluso avergüencen a los más despreocupados. A los que les da igual.
El Liverpool aterrizó en Goodison Park con todo. Los reds, por primera vez en mucho tiempo, sacaron lo mejor de la plantilla en un derbi de estas características. Y, por supuesto, no fallaron. Los de Jurgen Klopp se plantaron en el tapete con el cuchillo entre los dientes, con ganas de poseer el balón y de hacer mucho daño a la mínima oportunidad de salir al contraataque cuando no lo poseían. Cómo sufrieron los zagueros locales. Bueno, cómo sufrió todo el cuadro.
El dominio visitante, quitando veinte minutos del primer acto, fue total. Los de Rafa Benítez, vitoreado por los aficionados reds, acabaron hincando rodilla ante un ejército liderado por un Mohamed Salah que juega más allá de los premios que dan los tipos que llevan traje y corbata. Le da igual que le insulten y le den patadas. Él habla en el campo. Fue el culpable de que el coliseo local acabara casi a tortas, pidiendo la dimisión en masa de toda la directiva. Y, por supuesto, del ídolo red: el técnico español.
Benítez, seguramente, no tenga mucha culpa. Se ha encontrado una plantilla a la que se le paga millonadas sin ningún sentido y con lesiones en puestos clave que han dejado al equipo incapaz de ganar un choque en meses. Pese a ello, su nombramiento era otro movimiento inane: un entrenador, para que un proyecto funcione, no solo tiene que dirigir bien a su vestuario. También debe conectar con su gente. Difícil que lo haga un gran profesional -todo hay que decirlo- que hace unos años aseguraba que “el Everton era un club pequeño”. Cuando eso se decía, cuando se reclamaba que era mejor buscar en otro lado, había aduladores que le defendían sin cesar. Ahora se habla de un posible despido con su consiguiente finiquito y se afronta una temporada en la que salvar la categoría es el único objetivo. Es lo que hay.
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