Con el derecho a la libertad de expresión como punto de partida, por favor, respeto. Respeto al fútbol como deporte. Como fenómeno social y de masas por el que muchos desde que aprendemos a hablar y caminar nos desvivimos. Con los sacrificios y las alegrías, con los viernes de ilusión y algunos domingos tristes. No lo manchemos.
Sé que puedo resultar iluso, pero me niego a que lo emponzoñen con guerrillas que se saltan los límites. Estoy convencido que uno puede querer mucho lo suyo sin necesidad de ser ridículo. Porque si algo te da la edad y la experiencia es perspectiva. El bufoneo se está apoderando de algo tan cultural que la deriva ya pasa de peligrosa.
No voy a ser yo el que renuncie a un buen pique sano, inherente a cualquier competición y más al máximo nivel, pero se están derrumbando fronteras y llegando a puntos de no retorno. El espectáculo es suficientemente atractivo dentro como para tener que ver cómo lo ensucian fuera. No voy a utilizar palabras hirientes porque sería entrar al juego, pero se están generando tantas faltas de respeto que roza lo antieducativo.
Faltas de respeto a entrenadores, jugadores, árbitros, periodistas… y lo peor de todo, cunde el ejemplo, y ya se producen entre ellos y de unos a los otros. Se desvía la mirada de lo importante, y eso es de una pobreza alarmante. A voluntad se ocultan los análisis y la pulcritud y se genera una sensación de que todo está podrido. No es ser idealista o purista, a todos nos gusta una buena salsa, pero se trata de ser responsable y conocer el fin. Todos tenemos malos días, todos nos equivocamos, todos estamos expuestos a la crítica. Eso entra dentro del juego, sabido es. Ahora bien, nadie debe sentirse por encima de este deporte, y muchos son los que le faltan al respeto.
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