El tango tiene un compás perfecto, hipnótico, que te obliga a tener los ojos fijos en esos pies que hacen locuras. Es la pasión y la perfección, porque un tango desprovisto de pasión es poco más que una sombra. Es una danza que va más allá de un movimiento, es una sincronización, un estilo y una actitud. El baile del amor y el odio, del sentimiento violento latiendo en el pecho. Por eso mismo, un tango desprovisto de corazón desbocado no es nada. El tango es un arte y sus bailarines los artistas que dibujan con los pies cosas indescriptibles. Ayer el Bayern München de Pep Guardiola bailó tango en el Allianz Arena.
Coreando el baile, la grada se divirtió con un baile intenso de 40 minutos, de un tango “alemán” en el que el Porto como pareja improvisada, no supo seguir los pasos vertiginosos que Thiago trazaba sobre el césped. 40 minutos de coordinación perfecta entre lo que pedía el de Santpedor y la ejecución de un plan que ha devuelto al Bayern a la senda de la demolición de sus adversarios. Porque Pep se ha contagiado de algo muy importante en la cultura germana: la épica.
Rendirse no es una opción. El Bayern –este Bayern y todos los anteriores a él-, no se rinde. Siempre adelante, siempre un paso más, una meta nueva, es una bestia insaciable a la que a veces las heridas hacen que se devuelva con mucha más fuerza. El equipo de la capital de Baviera jugó, bailó, reaccionó. Hizo lo que tenía que hacer. Compás organizado, pasos mecanizados, y entonces de la nada empezaron a caer. Uno, dos, tres, cuatro… Contienen el aire en la grada y en el mundo frente a sus televisores y cuando crees que sueñas, cae el quinto. Respira Guardiola, respira Rummenigge y respiran todos los que en los últimos días se han sentidos atacados por la prensa, porque el tiempo les da la razón e inclina la balanza de su parte.
En la ida el técnico catalán les dio las directrices, pero los jugadores no supieron ejecutarlas con la precisión que el tango del Bayern necesitaba. Además el Porto de Lopetegui los anuló, táctica, física y mentalmente. Pero aunque es humano caer, es sabio no tropezar con la misma piedra dos veces y esta lección la lleva Guardiola tatuada en la cabeza. El único cambio táctico fue escorar un poco más a la banda izquierda a Mario Götze, jugador que por fin dejó un mejor sabor de boca para los que le pedían más. Él y Thomas Müller se multiplicaron para bailarle a los portugueses mientras Thiago, escudado por Lahm y Alonso, hacia las delicias de los amantes de este juego de toque, de este tango germanizado.
Porque la Champions League se inventó para noches como esta, para la épica. La competición europea por excelencia, la corona más deseada, la orejona envidiada a su paso, ella, y sólo ella, está para los que bailan tango. Para los que se permiten el valor de cogerla como pareja de baile. La Champions League es de los valientes, de los apasionados, de los épicos. Y el Bayern ayer demostró que puede bailar con ella, que puede hacer de una noche de martes cualquiera, la noche más emocionante de nuestras vidas. Porque cuando Xabi Alonso la envió al fondo de la red, no sólo se quitó la espina de su error en la ida, yo conté mentalmente: “Gol. Set. Tango.”