La gran tradición futbolística en Inglaterra, además del generoso presupuesto que manejan sus clubes, favorece que haya estadios espectaculares, incomparables con la mayoría de los que podemos ver en España. Sin embargo, hay uno especialmente carismático, con un sobrenombre que da muchas pistas sobre su importancia: Old Trafford, ‘El teatro de los sueños’. Hasta allí viajó el Celta para intentar dar la vuelta al complicado 0-1 que sufrió en Balaídos. La cita era histórica, y es que nunca se había llegado a unas semifinales de competición europea.
Con la afición absolutamente volcada, Berizzo y los suyos creían firmemente en la remontada, en continuar la inesperada aventura que habían iniciado el 15 de septiembre de 2016 en Bélgica. El partido en Vigo ya había sido una muestra de que la hinchada celeste no iba de broma, así que, manos a la obra, se propusieron dejar huella en una ciudad más, pero no en un estadio cualquiera.
Los fans de los Red Devils han sido testigos, en los últimos años, de acontecimientos tan importantes para el mundo del fútbol como la llegada de Cristiano Ronaldo a la élite, el récord de longevidad en un banquillo de Sir Alex Ferguson, la madurez deportiva de Wayne Rooney o los 963 partidos de Ryan Giggs con la misma camiseta; pero todavía les quedaba algo por descubrir: tras más de 17 años de vida, Old Trafford iba a conocer la Afouteza.
Con el pitido inicial comenzó el asedio céltico, que dominaba, peleaba y llegaba incansablemente al área contraria, pero el premio no aparecía por ningún sitio. Lejos de eso, en el minuto 17, el gol de Fellaini propinaba un duro golpe a los gallegos. La respuesta -cómo no- fue más lucha, más intensidad, más ruido desde la esquina visitante de la grada. Los reflejos de Sergio Álvarez mantenían vivo al equipo, las galopadas de Hugo Mallo ponían el miedo en los ojos locales y la calidad de Iago Aspas capitaneaba las ofensivas. Tres pilares fundamentales que llevan el escudo debajo de la piel. Pero el 1-0 no se movía del marcador.
Los minutos pasaban rápido y el Manchester United, incapaz de igualar el partido en lo futbolístico, se empeñaba en aumentar la velocidad del segundero con pérdidas constantes de tiempo. Pero el ‘Toto’ respondía con más fútbol: Jozabed salía en el descanso y su batuta hacía mejorar el compás del Celta, que llegaba más y mejor que antes. ¿Goles? Ninguno. Empezaban las prisas.
Entre despeje y despeje local, el balón se movía de lado a lado, haciendo bascular continuamente a los de Mourinho y, por fin, tras un centro lateral, llegó la recompensa: gol de Roncaglia en el 85 que aceleraba los corazones celtiñas y ponía más ilusión y fuerza –si cabe- en las incansables gargantas que estaban llevando a su equipo en volandas. La estrategia del técnico portugués seguía por el mismo camino, y se tradujo en una gran tangana que obligó al árbitro a expulsar al autor del tanto visitante y a Eric Bailly. Los 90 minutos llegaban a su fin y el asistente levantó la tabla, mostrando un seis que, mirado con detalle, escondía una frase: “hay tiempo”.
La suerte se iba a cebar con el Celta, y es que en los últimos segundos de partido, Guidetti pudo hacer realidad la fantasía, pero el balón no quiso entrar.
El sonido del silbato fue como un golpe fulminante que hizo caer rendidos a los jugadores. Exhaustos, hundidos. El sueco más vigués de todo Vigo pedía perdón con sus manos, pero sobre todo con sus ojos, que no podían contener las lágrimas. Iago Aspas, roto, no encontraba consuelo; no había podido llevar al club de su vida a la final. Uno por uno, todos demostraban, con sus gestos de dolor, un compromiso envidiable con su camiseta.
La escena en el césped era digna de una pesadilla; pero, esperad, levantad la vista unos metros, hacia esa masa que desentona con el rojo predominante. ¿Lo veis? Y sobre todo, ¿lo escucháis? Esas más de 2.600 personas que se desgañitan, dando aliento a los suyos en un momento crítico, demuestran que para nada se trata de una pesadilla. La tristeza inicial se ha convertido, instantáneamente, en orgullo. Y de pronto, el hijo pródigo de Moaña se da cuenta; empieza ser consciente de que “un grupo de amigos” había arrinconado a una de las plantillas más caras del mundo, impulsado por una hinchada cuya ilusión silenció Old Trafford. Un estadio que fue, por un día, “El teatro del sueño celeste”.
Un sueño que acaba de comenzar.
Afouteza e corazón.