Noruega ha participado tres veces en la Copa Mundial de la FIFA (1938, 1994, 1998) y una vez en la Eurocopa (2000). Son 25 años sin comparecer en una gran cita futbolística. Demasiado tiempo para un país sin haters que despierta simpatía dentro y fuera de los estadios.
Si hay un fútbol que está llamando la atención en los últimos años por su crecimiento es el noruego. El buen papel del Bodø/Glimt por Europa y la camada de talento que están exportando por diferentes ligas de nivel, son señales inequívocas de un potencial que aún no ha tocado techo. Los fiordos, las auroras boreales, las orcas y las Islas Lofoten son su bandera turística. Su fútbol debe ser un activo más.
Este sábado la selección noruega arranca en Moldavia su camino para el Mundial 2026. El impacto de Erling Haaland, la madurez de Martin Ødegaard, las cifras realizadoras de Alexander Sørloth, el crecimiento de Jørgen Strand Larsen, la polivalencia de Fredrik Aursnes y la irrupción de los Ryerson, Nusa, Bobb, Schjelderup, parecen aval suficiente para pensar que, 28 años después, Noruega puede acceder a un Mundial que se le resiste.
Tras la inolvidable generación de los Ole Gunnar Solskjaer, Tore André Flo y John Arne Riise, entre otros, es el momento que esta nueva generación de vikingos se haga valer y demuestre que como equipo son igual o mejores que a nivel individual.
Ståle Solbakken, ex internacional y actual seleccionador nacional desde diciembre de 2020, ya no tiene excusas. Dispone de un elenco de jugadores de gran nivel y el mundo merece verlos brillar en una gran cita. Tras fallar en el acceso al Mundial de Catar y a la última EURO de Alemania, el Mundial 2026 debe tener a Noruega entre sus participantes. A la tercera va la vencida. Sí o sí.
