Estamos a asistiendo a una pelea tremenda desde el pasado domingo. Esto no es una peli de buenos y malos, creo que es la primera y necesaria matización antes de abordar el tema de la SuperlIga.
Durante toda su historia, la FIFA y la UEFA han tenido su propia manera de dirigir el fútbol. Y muchas veces alejada de los valores que ellos pregonan como valores universales de este juego que a todos nos enamora.
Pero no es un tema de amor y nostalgia, es un asunto de justicia. En la noche del pasado domingo, 12 de los clubes más importantes y poderosos de Europa anunciaban la creación inminente de una Superliga europea.
No son formas, pese que evidentemente esto lleva años cociéndose y les asista parte de razón. Que la FIFA y la UEFA, en este caso, no haga bien las cosas, creo que no te da derecho a tomar la vía unilateral de esa forma.
Además, anunciando una competición en la que había muchísimos cabos sueltos y lo más importante, anunciaban un torneo cerrado a un 90%. Asignando por méritos 5 plazas cada año, sin saber aún el criterio para otorgarlas y garantizando la presencia de los 12 firmantes y 3 más que aún no habían ni firmado. Y aunque todos sabíamos quiénes eran, no estaban ni confirmados.
Que el fútbol es un negocio y que hasta hace poco lo aguantaba todo, no vamos a descubrirlo ahora. Pero son años y años de traspasos inmorales, pese a lo que se genera, sueldos elevadísimos y precios abusivos para ir a los campos. La pandemia llegó para todos, pero el fútbol hace mucho que no debía mantener ese nivel de falso crecimiento. Y claro, el golpe es colosal.
No se trata de tomar parte por ninguno, hay mucho por arreglar. No es una cuestión de nostalgia y negarse a una evolución que tiene que llegar, como en todos los aspectos de la vida. Se trata de que la solución propuesta de forma imperativa e incompleta, era más injusta todavía que el modelo actual.
Y sí, el fútbol hace muchos años que cada vez es menos de la gente. Primero fueron las Sociedades Anónimas en el fútbol español (1992), la creación de la Champions (1993), después llegaría la Ley Bosman (1995), cuya aplicación al modelo futbolístico hizo perder sentido de pertenencia a la afición con sus clubes, el dinero de las televisiones (1996), que supuso una inflación extraordinaria en las ligas durante años… Muchas causas.
Pero lo que es innegable, reconociendo el negocio, son las particularidades del mismo. Muy distintas al resto. Porque cualquiera de los que amamos este juego, hemos gritado y nos hemos levantado con un gol de nuestro equipo. Y no ahora, antes, mañana y siempre. Y desde hace años, cuando ya era tal negocio.
La reacción que importa y sirve de termómetro es la de la gente, no la de los directivos de los clubes inmersos en el proyecto. Porque los directivos no han tenido problema en hacer una pelota con el documento y encestar en la papelera un martes un papel firmado el sábado anterior.
Esto tendrá consecuencias y lo ideal sería que se abordase en una mesa sin engañar a la gente, entre todos los actores, no unos pocos, y con un principio fundacional sobre el resto, competiciones abiertas de verdad. La nueva Champions diseñada para 2024 tampoco lo es, al igual que la actual.
Que nadie se confunda, ayer ganó el fútbol porque lo que venía era más injusto aún, no porque lo de ahora esté bien.