Estamos en época navideña, y para aquellos que no creen en los milagros, que no crean si no quieren, pero que miren esta historia de superación y se pregunten si acaso no es esto un suceso extraordinario y maravilloso, que no puede explicarse por las leyes regulares de la naturaleza y que se atribuye a la intervención, no de Dios, pero sí de un hombre que ha luchado contra su destino.
Pendiendo de un hilo muy fino, y con muchas posibilidades de caerse, parecía quedar colgada ante el abismo la carrera deportiva de Isaiah Austin hace dos años y medio. En las pruebas médicas previas al Draft de 2014, al hasta entonces pívot de Baylor, se le diagnosticó el síndrome de Marfan(una enfermedad que afecta el tejido conectivo, y entre otros sistemas del cuerpo, puede afectar a los vasos sanguíneos y el corazón). Aquel comunicado cambió su vida tal y como la conocía.
No podría volver a pisar una cancha de baloncesto profesional, al menos esa fue la versión de los médicos, que ahora, ven con ojos incrédulos la recuperación y posible vuelta a las pistas de una promesa en el mundo del basket. Un gran jugador, y nunca mejor dicho con sus 2,16 de estatura, que puede cumplir el sueño que desde pequeño le retuvo ligado a un balón y una canasta.
Nacido un 25 de octubre de 1993 en Fresno, pero criado en Arlington, el pequeño Isaiah lleva en su sangre lo de dedicarse al baloncesto, ya que su tío, Isaac Austin, llegó a militar durante nueve cursos en la NBA, alcanzando con los Heat, una de las siete franquicias por las que pasó, el premio de jugador más mejorado al finalizar la temporada 96-97.
Quemando etapas a buen ritmo y con números excelentes, Isaiah se plantó en la universidad de Baylor para despuntar entre tanto talento. Dentro de los Bears sería el oso más grande y fiero sobre el parqué, especialmente en campo propio, donde demostró ser un estupendo defensor.
Sus actuaciones le fueron granjeando un nombre desde el instituto, pero ya en la NCAA, sus papeletas para ser un primera ronda de draft parecían tener un valor real. 2013 podía ser su año, ese en el que tras promediar 13 puntos, 8.3 rebotes y 1.7 tapones por encuentro, la NBA llamaría a su puerta y le ofrecería un puesto de trabajo en la mejor liga del mundo de baloncesto, sin embargo, una lesión en el hombro le retendría por una campaña más en el estado de Texas.
Con una mejoría en juego, aunque no en números (11.2 puntos y 5.5 rebotes por encuentro), la temporada siguiente presentó su candidatura al draft de 2014. “Esta vez sí”, debió pensar el interior estadounidense. Nada ni nadie podría frenarlo. Si ni si quiera su vista parcial lo había logrado ¿Qué podría?
Y si amigos, el joven Isaiah sería el primer jugador con vista parcial en formar parte de una plantilla NBA. Una pelota de béisbol cuyo lugar de impacto fue su ojo derecho, le privó de una visión total en el mismo, no obstante, Austin, dejó claro durante años que sus condiciones atléticas y su esfuerzo estaban por encima de cualquier posible discapacidad.
Nada parecía oponerse en su avance, pero entonces los médicos descubrieron su enfermedad, el síndrome de Marfan, lo que ponía en riesgo su vida si continuaba practicando el baloncesto a nivel profesional.
Tanto trabajo, tanto sufrimiento por alcanzar la élite, y todo ello truncado de la noche a la mañana. Un revés en toda regla. Un golpe bajo e inesperado que hubiese tumbado a la mayoría, pero que tras un tiempo de lucha y sacrificio, Austin ha logrado por dejar a un lado como nos comunicó a todos hace un mes. Sus heridas han sanado, y está listo para volver a las pistas.
Ahora llega su vuelta, es la hora de recuperar todo el tiempo “perdido”, mejor dicho robado, por una enfermedad que intentó cortar su trayectoria pero no pudo con él. Un gigante de hierro que busca alcanzar un sueño casi imposible del que ha estado cerca en varias ocasiones, y del que ahora sí, cuenta los segundos para que se haga realidad.