No deja de ser una buena noticia, comparada con las tinieblas de las recientes pretéritas temporadas, que los rivales comiencen a adaptarse al nuevo estilo imperante del Betis y los entrenadores tengan que estrujarse los sesos tácticamente para plantar cara y frenar las incuestionables virtudes con balón y ambiciones de mando dentro de los partidos del club verdiblanco, pero tampoco debe pillar por sorpresa.
El partido ante el Espanyol expuso, por primera vez de forma rotunda en lo que llevamos de curso, seguramente el gran problema que arrastra el equipo desde su gestación: la ausencia de un referente interior entre líneas y el exceso de pelota al pie y de juego exterior. Una vía, la de llevar el balón a los costados para encontrar la superioridad y finalizar posteriormente en el área tras un centro lateral, a la que se acota la inmensa mayoría del bagaje goleador verdiblanco.
Pese a su tremenda importancia y a ser la base inicial de la filosofía de Setién en el Villamarín, tal forma de atacar está empezando a ser demasiado lineal, especialmente ante rivales tan efusivos en la defensa de las bandas como fue el equipo de Quique Sánchez Flores, que además apenas conceden espacio ni líneas de pase a la espalda de su trabajador doble pivote y que cuentan con las herramientas para defenderse con balón y aguijonear en transición defensa – ataque con combinaciones rápidas, verticales y certeras.
Imagen | realbetisbalompie.es
El Betis, relegado a la horizontalidad de Guardado y Fabián ante un Espanyol que presionó alto para incomodar a los verdiblancos desde los primeros compases y que cortocircuitó ya en campo propio toda continuidad asociativa, no tuvo ni el ritmo, ni el volumen, ni la profundidad por bandas que sí están capacitados de aportarle los titulares Durmisi y Tello con respecto a Tosca y Nahuel y solamente encontró en un fatigado, solitario y poco acertado Joaquín el arma para amenazar el área perica.
Y claro, el equipo se quedó cortísimo de inspiración ofensiva y sin vías para hallar a Tonny Sanabria, quien con las dos primeras líneas espanyolistas tan juntas y coordinadas y sin el habitual buen funcionamiento del juego exterior de los suyos no tuvo ni una sola opción de prorrogar su racha de cara a puerta. El Betis por ende, únicamente gozó de dos acciones de gol: la primera, la única obtenida por los métodos habituales de triangulación cerca de los picos de área, por medio del remate de Fabián a la cruceta; y la segunda con Mandi, un iniciador de categoría pero nunca jamás un lanzador de último pase, tomando la responsabilidad del envío profundo al área hacia Sergio León, que con su chispa en el desmarque más largo quizá debió saltar antes al césped para que esa jugada puntual pudiese repetirse con mayor frecuencia.
Con menor o mayor acierto, el sistema empleado por el Espanyol para contener, aplanar, frenar y ganar al Betis es una estructura de relativa sencilla réplica por parte del resto de los equipos de La Liga que no van a entrar en la guerra de discutirle el control del balón a los de Quique Setién y que cuenten, además de con la capacidad tapar huecos de forma efusiva, como ya hizo el Levante en Sevilla, pero también con varios mecanismos y automatismos pulidos para ser verticales y dañinos tras robo.
Para empezar por el siguiente rival, el Getafe. Un equipo que se acoraza muy bien y que se erige sobre el orden y la intensidad defensiva, la solidez de la idea y del conjunto y el juego directo para que lo gestione en modo playmaker adelantado y primer defensor un viejo conocido como Jorge Molina y que, asimismo, es también muy capaz de negar el ritmo y la fluidez que siempre pretende marcar este Betis. Será otra roca que picar.
Un equipo que quiere ordenarse a través de la pelota como el Betis tiene que tener una estructura previsible. Una participación del portero previsible, un protagonismo en salida previsible por parte de la pareja de centrales, una inserción previsible del pivote entre centrales… Pero también y más si cabe, necesita una pieza -con ese número basta- que se vista de verso libre sin suponer un problema posicional, que genere el caos sin ser caótico, que sea capaz de ofrecerse entre líneas a diferentes alturas sin perder frecuencia de pase en la circulación, que sepa girarse en la media luna e inventar un pase o probar un chut, que se desviva por asociarse en corto, tirar paredes en la frontal y generar también allí ventajas y espacios por medio del regate, que inspire y se inspire… Que luche contra la previsibilidad a la que muchos rivales quieren reducir al Betis. Y la imprevisibilidad dentro de la plantilla bética tiene nombre y apellido: Ryad Boudebouz.
Foto principal | realbetisbalompie.es
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