Arrancando desde atrás como líbero. Subiendo la banda como lateral. Segundo espada del veterano ídolo. Fichaje muchimillonario de un equipo de multinacional. Cabezazo atómico ante el mejor portero del mundo. Capitán ganador con su país. Figura omnipresente del equipo más revolucionario del mundo. Campeón de todo lejos de casa. Revolucionario. Presencia rebelde en el vestuario. Caprichosa figura lastrada por las lesiones. Profeta del fútbol sexy como centrocampista organizador. Jugador-entrenador visionario. Entrenador mediocre.
¿Ha existido un jugador más poliédrico que Ruud Gullit? ¿Ha cambiado alguien tanto, a nivel futbolístico y personal, para seguir siendo el mismo?
Ya sus primeros años en el fútbol estuvieron llenos de cambios (no solo de posición) y giros inesperados. Fue rechazado por el Ajax en etapa juvenil y sólo pudo encontrar su espacio en el Haarlem, donde comenzó como líbero. Tras el descenso del equipo, al año siguiente el nuevo entrenador lo puso como atacante y Gullit rindió aún mejor. Es la gran figura del ascenso del club a la máxima categoría del fútbol neerlandés y tras tres temporadas, culminadas con un impresionante cuarto puesto, Gullit es llamado por primera vez a la selección nacional y se gana el fichaje por uno de los grandes clubes del país. Se va a Rotterdam, al Feyenoord. Y en su segunda temporada en De Kuip coincidirá con la figura que va a marcar su fútbol. En un giro de los acontecimientos impensable Johan Cruyff cambia el Ajax por sus grandes rivales y la formación futbolística de Gullit dará un salto gigantesco.
La presencia del flaco cambia todo en Rotterdam. Cruyff llega con hambre de revancha contra su antiguo club y ese espíritu impregnará a todo el equipo. Gullit cambia de rol en el campo una vez más. Juega como extremo derecho, donde su técnica y su tremenda zancada le hacen de nuevo ser el mejor. Se entiende a las mil maravillas con Cruyff y a la veterana figura ese trabajo que hace el joven Ruud le viene perfecto. Es normal, él es el que ha diseñado esa posición para Gullit. El propio jugador reconoce que Johan controlaba al equipo y que Thijs Libregts, el entrenador oficial, trabajaba para el mítico número 14. El Feyenoord gana el doblete y Gullit finaliza su etapa allí con un balance de 45 goles en algo más de cien partidos.
Como los cambios nunca le afectaron y las opiniones de la mayoría de la gente tampoco, Gullit no se casa con nadie. Y ese verano del 84 ficha por el PSV Eindhoven, que llevaba años sin ganar títulos importantes pero que ya por entonces empezaba a alumbrar un proyecto que se haría eterno poco después. El PSV era un equipo de fútbol pegado a una multinacional que había decicido invertir para poner su nombre, aunque fuese indirectamente, en el mapa futbolístico mundial. Gullit, que juega de líbero, de central, de centrocampista ofensivo, de extremo e incluso de delantero centro, es la piedra angular de ese proyecto. Caen dos ligas holandesas consecutivas y el hombre de las rastas es la figura indiscutible. Tanto que Silvio Berlusconi paga lo que haga falta para llevárselo a su Milan. Y lo que haga falta es mucho dinero, unos diez millones de dólares, que convierten al holandés en el jugador más caro del mundo. No verá cómo el PSV culmina su proyecto, pero el dinero que deja en las arcas será pieza clave para ello. Cuando el equipo dirigido por Guus Hiddink levante la orejona en Stuttgart en 1988, Gullit estará comenzando el camino para ganar las suyas propias.
Pero volvamos un par de años atrás. Gullit todavía acaba de completar su victoriosa primera temporada en Eindhoven cuando conquista a Silvio Berlusconi, magnate de las telecomunicaciones en Italia, que lo ve jugar en un Trofeo Joan Gamper. El empresario italiano queda prendado, lo consulta con Nils Liedholm, entrenador por aquel entonces, que le da su bendición. Allá fue Ariedo Braida, sin pensarlo, entrando al vestuario del PSV y señalando a Gullit: el año que viene te veo en Milan. Gullit quiere, pero el Milan no hace una oferta oficial hasta muchos meses después. Para ese entonces, Gullit está desatado. El PSV domina la liga y el gran todocampista es la bomba atómica. Su 1986-87 es impresionante y sienta las bases de lo que será una temporada culminada con el Balón de oro. La Juve bebe los vientos por él, hace una oferta clara y directa al PSV, habla con el jugador y le expone su plan de comprarlo y cederlo un año a la Atalanta para que se aclimate al calcio, como había ocurrido con Laudrup y sus años con la Lazio. Sin embargo, Gullit admite que elegirá al Milan porque por aquel entonces era un club que no había ganado aún nada. No le faltaba razón al tulipán.
Se presenta el 15 de abril, con la temporada aún por finalizarse. Es un movimiento arriesgado, cambiando un proyecto con ambiciones en la máxima competición europea por uno que no sabe siquiera si conseguirá plaza en la Copa de la UEFA.
Lo harán para quedar eliminados, con más pena que gloria, contra el Español (aún sin la ny). Por aquel entonces Gullit ya se había aclimatado al calcio y era la referencia del equipo entrenado por un novato Arrigo Sacchi, que estaba más en duda que nunca. El holandés salva la cabeza del profeta de Fusignano, toda vez que Marco van Basten, la otra gran esperanza llegada de tierras holandesas, está convaleciente. A finales de año France Football lo consagra como ganador del Balón de oro, por delante de Paulo Futre, figura del Porto campeón europeo y de Emilio Butragueño. Yo se lo hubiese dado a Rafael Gordillo. Es un fenómeno. Ni en esos momentos pecaba de convencional nuestro protagonista. Llega el año 88 y Gullit comanda la caza del Napoli por parte del Milan. Para las últimas jornadas, partido decisivo en San Paolo incluído, lo apoya van Basten. El equipo rossonero descabalga a Maradona de su montura, que parecía llevarlo a un segundo Scudetto consecutivo. Este, empero, vuela a Milan. Y los holandeses de Sacchi, ahora sí aplaudido como revolucionario y genio, vuelan a Alemania.
Se disputa la Eurocopa en la RFA y para los holandeses que capitanea Gullit en el campo y el gran Rinus Michels fuera de él, es la oportunidad de clamar venganza por algo ocurrido catorce años atrás. Para los jugadores, un trauma infantil. Para el entrenador, un mal recuerdo que le dice buenas noches a diario. Gullit y compañía comienzan mal, con una derrota ante la Unión Soviética. Pero Holanda crece poco a poco durante el torneo, apoyada en la omnipresencia y la inagotable energía de Gullit, en la solidez de Rijkaard, en la inclasificable manera de ejercer de central de Ronald Koeman y en los goles de van Basten. Alrededor de ellos Michels ha montado una selección que es puro cemento. Lo único total es la capacidad de su capitán para jugar en cualquier lugar. Holanda derrota a los ingleses y sobrevive a los irlandeses casi de milagro. En las semis, confirma la machada derrotando a los anfitriones y sacándole una espina enquistada a millones de holandeses. Gullit y compañía lo celebran hasta altas horas de la madrugada en Hamburgo. La empresa es tan enorme y tan importante que hasta ese punto cede el sargento Michels, que para cuando Ruud, rastas al viento, cabecea una dejada de van Basten a la red de Dasaev, se ha convertido en poco más que un abuelo orgulloso de sus nietos. La URSS es un enemigo formidable y el partido es mucho más cerrado de lo que se pueda llegar a recordar. Los soviéticos de Lobanovskyi cuentan con bajas fundamentales, pero el zorro ucraniano le gana la partida táctica a su homólogo holandés. Al final lo que marca la diferencia es el impresionante, imposible, impecable gol de Marco van Basten. El cisne sella el duelo a ojos de todos los desmemoriados que convenientemente olvidamos el poste y el penalti fallado por Belanov. Gullit se abraza con Michels y eleva el primer y único trofeo ganado por Holanda. Ha sido el jugador decisivo del torneo, aunque van Basten se lleve las luces más brillantes, algo que se volverá habitual de ahí en adelante.
Imagen de cabecera: Imago
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