La vida tiene tonos y el tenis es un fiel reflejo de la vida, como dice en su libro Agassi. Los sentimientos en este carrusel que supone enfrentarse al día a día, suben y bajan en intensidad cromática en función de los acontecimientos. Hay días grises y días con claridad en los que el brillo de un golpe deja la foto final del partido con una resolución inmaculada.
Nadal es especialista en fotografía. En retocar contrastes psicológicos y dejar el corazón sobrexpuesto. Una vez más; pese al azul del paraje; pese al ahínco del rival; pese a lo que se pueda hablar… Nadal hoy se gusta en la foto.
Pero para salir bien hoy han hecho falta muchos (muchísimos) pequeños retoques. Aquí no hay ‘varita’ mágica. Aquí se recorta lo que sobra a mano. Días tras día. Entrenamiento tras entrenamiento. Hasta quitar el fondo borroso que deje nítida la capa donde hay que trabajar.
Rafa Nadal celebra el triunfo frente a Zverev en Australia | SAEED KHAN/AFP/Getty Images
Dar forma a la foto es quebrarse la cabeza hasta lograr la configuración correcta. Es romper planes. Es probar y probar. Es solo (como si fuera tan fácil) esperar.
Porque en el momento oportuno; en aquel en el que parece que hay que cerrar y acabar, descubres la fórmula para encajar las piezas y, de repente, ya solo hay que colorear. Abandonar la paleta de grises y optar por la gama natural. Sin filtros. Tal cual. Ahí solo un fotógrafo sabe lo que le pide la foto. Ahí solo Nadal insta a la gente a volver a soñar.