Puede dar la sensación de que la
carrera de Roberto Mancini en los banquillos lleva viviendo demasiado tiempo de
aquella primera Premier moderna del Manchester City, ganada en 2012 en el
último instante de la temporada. Y la sensación es cierta. Su breve paso por
Turquía en el que se interrumpió el ciclo ganador del Galatasaray, quedando a
nueve puntos del Fenerbahçe campeón; su insuficiente bienio en su regreso al
Inter y su reciente batacazo en un Zenit que se gastó cien millones de euros en
fichajes para no lograr clasificarse para la Champions League no son,
evidentemente, argumentos que inviten a la ilusión de cara a su nuevo trabajo
como seleccionador de una Italia en claros problemas tras no lograr
clasificarse para un Mundial por primera vez en sesenta años.
Además, su bagaje y su
experiencia en los torneos eliminatorios de clubes a nivel europeo dista
bastante de ser considerada exitosa. En sus trece participaciones entre
Champions League y Europa League y generalmente con equipos de alto nivel y considerables
expectativas entre manos, especialmente durante su primera etapa como técnico nerazzurro
y durante sus cuatro cursos al frente del Manchester City; Mancini
solamente consiguió plantarse en semifinales una vez, con la Lazio en la UEFA
de 2003, y en cuartos en dos ocasiones, en 2005 y en 2006 con el Inter de
Milán. Y registró por el camino algunos sonoros patinazos, como las dos veces
consecutivas en las que el carísimo conjunto skyblue no logró superar la
fase de grupos de la Champions, aunque es cierto que tuvo como rivales al
Bayern y al Napoli en la 2011/12 y al Borussia Dortmund y al Real Madrid en la
siguiente edición, en la que quedó último por detrás del Ajax y sin poder ganar
ningún partido.
No todo son aspectos pesimistas,
sin embargo. Y poco tienen que ver las vicisitudes y dinámicas del día a día de
un equipo con las propias de una selección. Es cierto que tras el no de Carlo
Ancelotti, Mancini era el candidato más mediático, por encima de alguna que
otra escasa opción realista quizá más interesante, como podía ser Gian Piero
Gasperini, pero también más atrevida y arriesgada. Un perfil que, tras el
fiasco histórico de Ventura, ni se contemplaba. La Federación quería un hombre
y un nombre fuerte, dentro de lo posible y otra cosa no, pero Mancini tiene la
personalidad para que su figura acapare buena parte del foco de la presión y
para liderar a una Nazionale insegura que necesita ir acumulando
fortalezas de forma acuciante y progresiva durante los próximos dos años.
Entrando en el aspecto puramente
táctico, Mancini es un resultadista confeso. Su amor declarado por ganar 1-0
cada partido quedó patente en la temporada 2015/16 con el Inter, en la que de
las veinte victorias cosechadas por el conjunto lombardo once de ellas llegaron
por medio de ese exiguo marcador. Un aspecto que puede entroncar de forma
positiva con la esencia histórica de la selección italiana y servir para dar un
barniz de identidad al grupo desde el primer día. Distinto es que esa identidad
buscada y requerida cuente con los protagonistas de nivel que el técnico de
Jesi necesitará para ello, que la aleación de idea y futbolistas esté en
disposición de ser suficiente para que la Azzurra vuelva a competir al
más alto nivel, aunque para ir asentando una dinámica que lleve a la Nazionale
a la próxima EURO sí debería bastar y sobrar.
Mancini no es un
táctico como Conte o como Ventura, sino que es un perfil más intermedio entre
ellos y la opción de Ancelotti, ya que sus equipos se han caracterizado
habitualmente por ser conjuntos mixtos, con empaque, verticalidad y que hacen
del factor físico un valor destinado a marcar las diferencias. No es casualidad
que el tipo de jugador que ha definido su trayectoria en los banquillos desde
el principio sean los centrocampistas dotados para ofrecer contención,
organización, lectura defensiva, rigor posicional y, al mismo tiempo, poso,
aceleración y una construcción eficaz, pero sin caer en florituras asociativas.
Véanse los Verón, Stankovic, Cambiasso, Fiore, Giannicheda, Milner, un Vieira
en clarísimo declive al que se lo llevó primero al Inter y luego al City,
Barry, de Jong, Javi García, Felipe Melo, Guarín, Kuzmanovic, Kondogbia o
Erokhin, entre otros. Todos ellos muy importantes en distintas épocas para
afianzar los preceptos nítidos y básicos del nuevo seleccionador italiano en su
periplo por los banquillos desde su mismo origen y perfectos representantes del
equilibrio que Mancini busca siempre entre las dos fases del juego.
Más allá del corte de futbolista
paradigmático de su sello que en Italia podrían ejercer jugadores de futuro
como Gagliardini, Barella, Cristante o Benassi; Mancini siempre intenta
consolidar el juego con serenidad desde abajo (la pareja rossonera Bonucci
– Romagnoli y Caldara, que además tienen el potencial aéreo para defender bien
su área, apuntan a protagonistas). Hallar, posteriormente, profundidad a través
de los laterales (Zappacosta o Spinazzola, a cada lado, pueden consolidarse
gracias a su recorrido y a su aptitud para poner buenos centros cerca de la
línea de fondo, una acción fundamental dentro del libre de Mancini). Y precisa
contar, al menos, con el doble trabajo de un interior más llegador y de
afiladas conducciones que estiren al equipo cuando encuentre espacios
(Bonaventura o Pellegrini pueden ejercer perfectamente ese rol) y con nueves
poderosos en zona de gol (el nuevo seleccionador ya ha declarado su gusto por
Belotti y otros como Petagna o Zaza podrían tener incidencia por compartir
características) o, como alternativa, proponer duplas complementarias tanto en
lo físico, como en lo técnico (segundos puntas incisivos como Politano o tal
vez Bernardeschi también podrían tener importancia dependiendo del sistema base
de cada momento, aunque es una posición con escasez actual dentro de las
fronteras transalpinas).
El déficit reciente más reseñable
de Roberto Mancini ha tenido que ver con los problemas para hacer equipos
capaces de imponerse en el control de los ritmos con regularidad y
sostenibilidad y siempre ha terminado por recaer en una cierta rigidez para
ejercer el dominio a través del balón de medio campo en adelante, seguramente
por su afán de construir estructuras que no sean frágiles y por potenciar las
presiones activas, el robo adelantado, la verticalidad, el orden y la solidez
defensiva ante la calidad dominadora a través de la posesión en campo rival.
Está por ver cómo configura la selección para superar esa carencia personal sin
salirse de sus estándares. Y, en ese sentido, habrá que comprobar cuál es la
importancia que toman futbolistas más pasivos en cuanto a intensidad sin balón
se refiere, pero de primerísimo nivel con él, tal y como han demostrado en sus
clubes, como pueden ser Jorginho, Verratti o Insigne.
Las dudas sobre la altura a la que puede llevar
Mancini a Italia son muchas y totalmente lógicas, pero dentro del eclecticismo
de su marcada idea de juego, de sus posibles variaciones esquemáticas dentro de
una misma línea a seguir (4-3-3, 4-3-1-2, 4-3-2-1, 4-2-3-1…) y de ser un
estilo bastante descifrable e incluso predecible, al menos a priori; la
«simpleza» de sus principios, la organización de su sistema, su gusto
por manejar las potenciales ventajas en el marcador y por cerrar los partidos a
través del plano defensivo y su intención de potenciar a los jugadores más
productivos de una forma sencilla son atributos y argumentos que pueden
funcionar bien en el marco de una selección como la italiana. Un cariz que ya
ha demostrado dar sus frutos a nivel internacional recientemente, como demostró
la propia Italia en la pasada Eurocopa y que encuentra un gran ejemplo en la
Portugal de Fernando Santos, campeona en el mismo torneo a través de una idea,
cuanto menos, tangente con la habitual de Roberto Mancini. Solo el tiempo dirá
si el pesimismo estaba justificado o si la puerta que se abre al relativo
optimismo con la llegada de Mancini al banquillo de Italia termina por abrirse
del todo.
Sevilla. Periodista | #FVCG | Calcio en @SpheraSports | @ug_football | De portero melenudo, defensa leñero, trequartista de clase y delantero canchero
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