Llegaba el momento. La oportunidad ansiada por todos dejaba de ser un sueño para hacerse tangible. Aquella ciudad modesta y ese equipo humilde se convertían, por 90 minutos, en el centro de atención del fútbol mundial, y en el europeo en especial. El estadio de El Madrigal se engalanaba para vivir una de las noches que pasaría a la historia. No obstante, el desenlace final no fue el esperado, sin embargo aquel día, el Villarreal mostró más que nunca ser uno de los grandes.
La temporada 2004-2005 fue verdaderamente especial para todos los aficionados que amamos el buen fútbol. Manuel Pellegrini, un ilustre de los banquillos, fue capaz de armar un conjunto que practicaba un juego realmente exquisito, gracias en gran medida a la calidad y derroche de talento de futbolistas como Senna, Riquelme o Diego Forlán. Tan solo los dos colosos, FC Barcelona y Real Madrid, fueron capaces de sobreponerse al Villarreal aquella campaña. Ese increíble tercer puesto liguero les abría a los castellonenses las puertas de, nada más y nada menos, que la Champions League.
Al año siguiente, ver cómo se comportaría el Villarreal en su debut en la máxima competición a nivel de clubes en Europa era uno de los grandes atractivos del torneo. Pero eso equipo ya había mostrado ciertas hechuras y no le tembló el pulso a la hora de eliminar al Everton en la ronda previa para enfrentarse posteriormente a los mejores clubes del viejo continente. De hecho, en la fase de grupos terminó como primer clasificado e invicto, por delante de Manchester United, Benfica y Lille.
Esta circunstancia no era una casualidad. El Villarreal había mostrado ser superior a sus rivales hasta el momento, y sus buenas sensaciones se iban alargando partido tras partido. El Glasgow Rangers, en octavos, y el Inter de Milán, en cuartos, fueron sus dos siguientes víctimas antes de plantarse en unas más que merecidas semifinales. Allí esperaría un Arsenal, amo y señor del fútbol inglés por aquel entonces. Desde luego que no era un hueso fácil de roer, pero ¿por qué no creer en ello?
Todas esas ilusiones fueron disminuyendo tras presenciar lo ocurrido en el encuentro de ida, en el cual los ‘Gunners’ se impusieron por la mínima en Highbury. Aunque había que seguir creyendo, el Villarreal había demostrado que era capaz de todo, y en casa ante su gente esta condición se incrementaba.
Por desgracia, la mala suerte volvió a hacer acto de presencia en la noche del 25 de abril de 2006, una noche elegida para la gloria. El Villarreal saltó al césped con las ideas claras: líneas muy juntas, presión asfixiante y una rápida circulación de balón sumada a largas posesiones. El Arsenal de Henry no encontraba respuesta a los constantes problemas que le planteaba el cuadro español, sobre todo en ataque. Las figuras del lateral Javi Venta y del delantero Guille Franco se descubrían como las dos principales amenazas, ya que Forlán y el resto de compañeros no tuvieron su mejor día de cara a puerta. Esta fue precisamente la única pega que se le podía poner a Pellegrini y los suyos. La falta de precisión en la definición, tan necesaria en el fútbol, pasó factura.
Los minutos pasaban y el marcador permanecía inalterable, hasta que en el minuto 88 Clichy derribaba a José Mari dentro del área y el colegiado decreta penalti. Riquelme, contra todo pronóstico, falla desde los once metros con un disparo centrado que ataja Lehmann, el gran protagonista y héroe inglés. Poco después, el pitido final hacía acto de presencia y el choque terminaba en un empate sin goles, haciendo válido el solitario tanto de la ida que daba el pase al Arsenal a la gran final de París, en la que caería derrotado frente al FC Barcelona de Frank Rijkaard.
La imagen de los jugadores del Villarreal abatidos sobre el verde manto y de una grada enmudecida daba la vuelta al mundo. Puede que haya quien solo se quede con la amargura y la pena, cosa que no tendría sentido. Ese partido hizo madurar al Villarreal, que actúo como un auténtico campeón. Solo se le pueden brindar palabras de elogio.
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