Estamos igual que Michael Robinson cuando llegó a España: muy perdidos. El inglés -o español, no lo tengo claro- se desesperaba al no encontrar Osasuna en el mapa. Así nos sentimos ahora nosotros sin él; sin encontrar respuestas ni palabras que puedan homenajear a un personaje que se convirtió en todo lo que el apasionado del fútbol sueña. Cuando amas este deporte, desde bien pequeño, empiezas ilusionándote con lo máximo. Primero jugando en el equipo de tus sueños, ganándolo todo. Sin embargo, cuando van pasando los años y te vas dando cuenta que, quizás, en esto de jugar no eres tan bueno te conformas con cumplir uno de los mayores estereotipos de futbolista frustrado: el que se convierte en periodista. Como Robinson, por ejemplo. El que viaja por el mundo. El que comenta todos los partidos. El que tiene el mejor programa deportivo de televisión. Pero es que él ya había ganado previamente la Copa de Europa con el conjunto de su infancia. Ya había cumplido sus sueños y los nuestros.
Él era la excepción que confirma la regla. El mundo, pese a esta sociedad Mr.Wonderful que nos hemos creído, es un lugar en el que no se pueden cumplir todos los objetivos de todas las personas. Alguien tiene que quedarse fuera de la ecuación, fracasar. Simplemente porque a muchos lugares solo puede llegar uno. Robinson lo hizo en Canal Plus con ese acento inglés, -exagerado con los años, decían- pero lleno de personalidad. Alimentó a varias generaciones con sus ocurrencias en ‘El Día Después’ y formó una dupla irrepetible con Carlos Martínez durante lustros. Estuvo demasiado tiempo en nuestras casas contándonos el fútbol español y europeo, hasta el punto de pensar que aquello iba a durar por los siglos de los siglos. Hasta que te golpea la realidad.
No tengo ni idea de quién dijo aquello de que “una persona solo se muere cuando se le olvida”. Si eso es verdad, Michael Robinson nunca morirá porque él ha dejado su huella de una manera muy singular. Nadie, nunca, podrá dar los mismos pasos e imitar la manera en la que construyó su vida. A su espalda quedan videojuegos, narraciones, goles o programas con los que lloramos. Lo que hoy duele mucho será un gran recuerdo para el futuro. Para contarle a nuestros nietos la historia de aquel guiri, nuestro guiri, que cambió la historia del periodismo deportivo español.
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