
Josep Maria Bartomeu, presidente del FC Barcelona, ofreció este lunes una rueda de prensa para explicar los asuntos tratados en la reunión de la junta directiva. Acostumbrados a un portavoz ejecutivo, el anuncio de la comparecencia del mandatario ya confería un mayor grado de relevancia al discurso oficial. Si en Grífols o La Caixa, por citar un par de grandes compañías catalanas, es su primera figura del organigrama quien aparece ante los medios de comunicación, poco lugar queda para el titubeo.
Pero el fútbol es otra cosa: hace un año, el presidente del Real Madrid se citó con los periodistas solo para explicar el fallo que cometió un empleado por alinear a uno de sus futbolistas inhabilitados en la Copa, el del Atlético de Madrid se permite hablar de todo con simpatía y lo mismo le vende a Televisión Española decenas de películas que disecciona el Plan Urbanístico de la capital. El señor Bartomeu, mezcló el futuro (el anuncio del nuevo entrenador) con el pasado (ex presidente Sandro Rosell, ex directivos denunciados) y del cóctel salió la sensación de que no controlaba ninguno de los temas sobre los que estaba tratando.
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Si alguien está convencido de que su versión es la única válida, la seguridad que debe transmitir puede hasta atemorizar a los presentes. La valoración de la decisión judicial sobre la acción de responsabilidad fue tibia, imprecisa cuando no errónea, temblorosa y nada clarificadora. El presidente del Barcelona tiene que prepararse mejor sus intervenciones porque con su mensaje nada inequívoco cometió un doble desliz: ni dijo a los aficionados lo que quieren oír ni tampoco lo que deben saber. El reparto de sentencias subrayadas en la sala como quien entrega gorras de publicidad podría entenderse como un ejercicio de transparencia, aunque si no se viola el derecho a la intimidad, aquellas son totalmente públicas. De nuevo, cualquier atisbo de buena fe quedó mitigado por las explicaciones peregrinas que ofreció el dirigente, tuviera o no razón, lo que representa la ampliación del problema: nadie quedó convencido.

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Anunciar el nombre del nuevo entrenador en un acto marcado por el combate es contraproducente. Hasta para referirse a Valverde hubo un exceso de explicaciones, que a partir de la cuarta casi se transformaron en justificaciones. Tópicos contra la grandeza que se debe a quien se presume que es el mejor candidato para dirigir al primer equipo de un club. Quien quisiera bromear sobre Valverde tuvo la munición en las virtudes que el mandatario expuso acerca de su nuevo trabajador, de quien quedó la idea de que es un hombre tecnológico por encima de su trabajo táctico o de recursos humanos. Afirmar que la decisión se tomó horas antes es infantil y de ser verdad pondría a una estructura millonaria en situación de riesgo al tratarse de una determinación estratégica de alto calado. Fue como demostrar que los directivos sirven para algo en un gremio en el que con muchas dificultades se puede explicar qué hacen dentro de cualquier club en los escalafones que van desde el presidente hacia abajo.
Respecto a las referencias a quien desde prisión ha podido leer los pormenores de la rueda de prensa de quien fue su vicepresidente y aún amigo, la mayor novedad radicó en que el Barcelona se personará contra el señor Rosell en el caso de que quede demostrado su dolo en contra de los intereses de la entidad. Desde un punto de vista de la comunicación, esta sencilla declaración de intenciones resuena como una estupenda iniciativa, tanto como absolutamente normal y necesaria les puede parecer al primero de los juristas y al último de los seguidores. Aun así, como la totalidad de los mensajes esgrimidos, quedó aguado por el descontrol del máximo portavoz de la institución.

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En un mundo ideal dentro de la gestión empresarial, el director deportivo habría explicado por qué Valverde es el entrenador, un abogado se habría explayado sobre la acción de responsabilidad y la entidad habría enviado un comunicado puntual con una referencia al respeto a la presunción de inocencia y los derechos reservados a actuar ante cualquiera que atente contra sus intereses. Todo ello en tiempo y manera adecuados, no de forma atolondrada, equiparando los tres asuntos en importancia, mezclando preguntas y respuestas de unos y otros, o provocando que cada uno de ellos reste trascendencia al resto de la agenda. Cuando la intención es cerrar temas, supone un terrible error provocar que en lugar de zanjarlos se abran nuevas puertas a la polémica y por ahí se le escaparon al presidente Bartomeu las razones válidas que pudiera tener en su discurso.

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