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¿Espejismo o realidad?

La selección rusa de Stanislav Cherchesov firmó dos buenos partidos en este parón invernal y, tras perder por un solo tanto ante Rusia, y empatar frente a España, la euforia futbolística se apodera de las calles.

Es una realidad fácilmente demostrable que, desde que Rusia es Rusia, y no Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, los resultados futbolísticos del país han ido en picado. Desde que en 1993 -dos años después de la disolución de la URSS-, se forma la nueva selección de Rusia, el equipo ha vivido a la sombra de su antecesor. De los últimos seis Mundiales, solo entraron en tres: USA 94’, Corea – Japón 02’, y Brasil 14’, en todos ellos fueron apeados del torneo en la fase de grupos.

En la Eurocopa las cosas no le han ido mucho mejor a Rusia, solo se quedaron fuera en el año 2000, pero solo avanzaron de la primera fase en 2008, donde terminaron terceros tras un grandísimo campeonato, el único rival a la altura de aquella Rusia fue una selección española que le pasó por encima como un rodillo en semifinales, en el que se cataloga como uno de los mejores partidos de aquella generación.

En todos estos años han pasado jugadores prometedores, y generaciones con mucho fútbol, desde Mostovoi, Valery Karpin, Andrey Tikhonov o Dmitry Alenichev, hasta Andrey Arshavin, Aleksandr Kerzhakov, Marat Izmailov, o Roman Shirokov. Ahora los nombres que suenan no son tan conocidos, el hermetismo vivido desde la propia federación, hasta los jóvenes canteranos que no salen del país es tal que, en la última convocatoria, solo dos jugadores no pertenecen a un club ruso (Neüdstadter y Rausch), ninguno de los dos estuvo en la Copa Confederaciones 2017.

Tras una generación fallida, donde hemos visto a estrellas dejar de brillar y perder su magia, como Cheryshev, Dzagoev, Shatov o Kokorin (ojo, algunos de estos a un nivel increíble ahora mismo, pero muy lejos de las expectativas generadas), son el trabajo grupal y la combatividad las señas de identidad de un equipo con claros problemas organizativos y defensivos, guiados por un entrenador más pragmático que innovador, que ha hecho de su lucha personal con Denisov la pérdida del mejor centrocampista defensivo disponible.

Este parón invernal nos ha mostrado a una Rusia ambiciosa, pero con falta de ideas en ciertas zonas. Cabe destacar que en la lista final deberían aparecer nombres como los de Dzyuba, Samedov, Cheryshev, Shatov, Zobnin (clave en el 3-4-2-1) o el joven Golovin, que darán un salto de calidad importante a la Sbornaya. La pregunta es, ¿A qué aspira Rusia en su propio Mundial?

Por una parte, está el hecho de la memoria histórica, esa frase típica de cuidado con los rusos que siempre son rudos. Frase anticuada, pues probablemente Tarasov no entre en la convocatoria, y si el hombre armario no está, la concentración de fuerza por metro cuadrado desciende como el número de trabajadores cuando en España llega el otoño. Además, como organizadora del campeonato, debería notar el apoyo de la afición y el hecho de pertenecer al Bombo 1, lo cual te permite librarte (salvo que del Bombo 2 te caigan España o Inglaterra), de las aspirantes al torneo. Si a esto le sumamos la calidad de ciertos jugadores ya mencionados anteriormente, quizás podríamos hablar de que el objetivo de Rusia debe ser llegar a cuartos de final, un trayecto que, visto lo visto en el pasado, debería dejar muy contentos a los paisanos futboleros.

No obstante, los Osos tricolores tendrán que pelear contra sí mismos para hacer un papel fundamental, pues el mayor enemigo de Rusia es la propia Rusia. Suena sarcástico, pero es la verdad. En los últimos años los jugadores han sido más protagonistas de las portadas por escándalos exteriores al fútbol (destacando la gran juerga de Montecarlo en 2016), errores garrafales (Akinfeev en 2014 o Kudryashov en 2017), o intentos erróneos de callar a la crítica (Kokorin en 2014, que año más malo aquél), que por su fútbol. Si a esto le sumas un equipo al que le cuesta un mundo dejar la portería a cero, y donde Igor Akinfeev ha perdido por completo la confianza en una línea de tres centrales que no se compenetran, formada habitualmente por Vasin (el malo), Dzhikya (el bueno) y Kudryashov (el feo), la ecuación te sale negativa. Cherchesov ha intentado imitar la defensa del Rostov de Berdyev que logró una segunda posición en 2016, mezclándolo con el CSKA de Goncharenko (Golovin y Dzagoev de segundos puntas, escoltados por un pivote box to box y otro posicional). Sin embargo, Cherchesov ha copiado los aspectos negativos: Inestabilidad defensiva (CSKA) y falta de combinación entre defensa, mediocampo y delantera (Rostov). Es verdad que, como ya se comentó anteriormente, las bajas provocan cierta falta de calidad, pues con Zobnin, el hombre equilibrio perfecto en el Spartak campeón de la pasada liga (que jugaba también con tres zagueros), esta Rusia debería ganar en estabilidad, pero sigue acusando la falta de un pivote defensivo (Denisov) y de unos centrales a la altura de un Mundial. Pues, para ganar, hay que mantener la portería a cero, pues en un campeonato tan fugaz como éste, cualquier error defensivo te manda para casa.

Esperemos que Rusia haya aprendido de la Copa Confederaciones, donde se mostraron todas las carencias de este equipo. Cherchesov todavía tiene un largo camino por delante, en sus manos está el campeonato más importante en la historia futbolística de Rusia. Desde que se le concedió la organización del torneo, llevan preparando esta cita con sumo cuidado, y aunque el plan no saliese del todo bien, este equipo tiene potencial para, por lo menos, llegar a octavos de final. La suerte influirá mucho, y el reparto de grupos decidirá parte del destino de una selección que no quiere volver a ser parte de sátiras y mofas, una selección que no quiere repetir la suerte de Sudáfrica en 2010.

Fútbol ruso preferentemente. Nos leemos por @SilveiraAbarca

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