Siempre hay tiempo para pedir perdón o para decirle a alguien cuánto le amas. Nunca es tarde para salir de la zona de confort. No lo es para sacarse el carné de conducir o para dar un volantazo cuando la elección del grado universitario te está generando tantas dudas y te produce tanta poca pasión. Tampoco lo es para aprender a nadar y acabar completando un triatlón sin saber lanzarte de cabeza. No vas tarde para andar en bicicleta, cambiar de look o aprender ese idioma que se te atragantaba y te hacía sentir en un constante tropiezo. Nunca es tarde para empezar terapia, para conocer más de ti mismo. Nunca es tarde para encender los fogones. Ni para coger un lápiz y papel para escribir o dibujar aquello que tienes dentro. No lo es para detenerse, para dejar la mente en blanco y llenarla con nuevos principios. Nunca es tarde para explotar tu potencial. Decía George Eliot, desde su convicción: “Nunca es demasiado tarde para ser lo que podrías haber sido”. A pesar de que las prisas que sujetamos a nuestras espaldas nos quieran hacer pensar lo contrario.
Dembélé sabe que no es tarde y lo está demostrando. La prontitud que se genera en el balompié requiere un rendimiento que cada vez se exige con más inmediatez. Sale cruz si las cosas no funcionan, si la cabeza no está bien puesta, si las lesiones se presentan. A pesar del dineral, de temporadas llenas de chispazos intermitentes y de ilusiones con corta fecha de caducidad, resultó una gran noticia que el francés se quedara en Barcelona. Futbolísticamente fue un acierto no prescindir de una figura totalmente antagónica a la lógica porque su patrón, tan distinto y desequilibrante, juega un papel esencial para disponer de un amplio abanico de posibilidades y, particularmente, de un efectivo diferencial.
Dembélé siempre ha sido sinónimo de crear peligro, de generar situaciones. Un bello caos bailando en lo metódico. Ese calcetín estampado y desparejado que no sabía bien cómo encajar en un cajón pulido y ordenado. De virtudes que no abundan y destacan en el espectáculo. Ousmane es tan disparatado que ni él mismo sabía entenderse, ni definirse como zurdo o diestro. Enemigo de la rigidez, de lo estricto y establecido. Impreciso, tan descabellado como para perder balones incoherentemente como para enviarlos a los lugares más recónditos de la red. De conducirlos hacia esa zona letal, mediante el majestuoso regate. Hacia un lado y otro, una y otra vez.
Entre tanta contradicción, halló la comprensión de Xavi; que trata de afinar un instrumento para hacerle coincidir con la nota. El resto, está en su superioridad cualitativa. Guardiola, decía recientemente a los micros de la Champions League: “Los jugadores buenos se encuentran entre ellos. Los entrenadores pintamos cuadros. El fútbol es un juego de movimiento en función de lo que hace el contrario y lo que haces tú. Las decisiones les pertenecen a ellos. Solo tenemos que intentar ponerles en ambientes donde se sientan cómodos, donde puedan acercarse y conectarse. Nada más que esto”. El compromiso de Dembélé es palpable. También lo son sus ganas de encontrarse con las botas de sus conocidos para regalarles sus piruetas. De buscarles, de entenderles. Nunca es tarde para él. Tampoco para que aquellos que le querían lejos del vestuario azulgrana se enamoren de cada ridiculez y atrevimiento cometido. Nunca es tarde para que los titulares le saquen brillo, ni para que suene una ovación que entone las siete letras de su nombre. Al final, ante todo conflicto, la mejor parte siempre fue hacer las paces.
Imagen de cabecera: FC Barcelona