El verano es el momento perfecto para reavivar ilusiones marchitas por muy profundo y reciente que haya sido el abismo. La campaña de fichajes del Milan, bastante inteligente a excepción de Balotelli, supuso un primer torniquete a la errática planificación deportiva pero, al mismo tiempo, lanzó las campanas al vuelo y enseguida volvió a hablarse de un Milan construido para renacer de su propio caos y para pelear desde ya por la tercera plaza de Champions, cuándo no, para aspirar directamente al Scudetto, a poco que la temporada pasase de darse bien a muy bien.
Sin embargo, tras dos jornadas de Serie A, la realidad ha vuelto a golpear a la entidad lombarda, evidenciando la ardua tarea que supone sacar el peso muerto de un gigante de las arenas movedizas en las que se ha ido introduciendo por sí mismo. Los dos años desastrosos con Allegri/Seedorf e Inzaghi continúan causando estragos y ahogando, mientras que la historia, tan despechada como avergonzada, aprieta más y más. En el epicentro de semejante vacío se sitúa un hombre que tiene, casi en exclusiva, la responsabilidad de sacar los escombros y de erigir, desde cero, un renovado escenario que comience a estar a la altura del pasado. Mihajlovic sabe para qué y adónde ha llegado pero da la sensación de que ni siquiera él era consciente completamente del estado de las cosas dentro del club. Algo que parece repetirse en cada recién llegado.
Afianzada durante el último bienio, la película de mediocridad espesa que rodea deportivamente al Milan sigue haciéndose notar. Contra la Fiorentina, la defensa desajustada y excesivamente adelantada teniendo en cuenta las dudas que entreveran al grupo, llevó al Milan a la inferioridad numérica y a no poder competir por el partido. Un accidente que puede resultar comprensible. Sin embargo, la solución para el choque contra el Empoli una semana después, a pesar de incluir un mensaje directo a la plantilla de que nadie tiene potestad para sentirse intocable, tampoco funcionó. Alinear a un jugador a años de distancia de lo que un día fue un buen nivel, como Nocerino, y darle los galones de la mediapunta a Suso, un futbolista desubicado y en la rampa de salida de los transferibles hasta el última día de mercato, no fueron soluciones tácticas a la altura de lo que se espera del técnico serbio. Un problema estructuralmente crónico como la ausencia de fútbol en el Milan requiere mucho, muchísimo más.
Su 4-3-1-2 habitual, tan de moda en el Calcio este año, ha nacido cojeando y sólo las muletas que suponen Bacca y Luiz Adriano le permiten seguir caminando. Y puntuando. La dupla que conforman el colombiano y el brasileño es feroz al espacio, rápida, sabia para utilizar su físico, notable definidora a través de una amplia variedad de recursos, ofrece valiosísimos apoyos y desmarques, tiene la capacidad para ocupar frecuentemente las bandas y, además, está aprendiendo a compenetrarse cada día mejor. Supone, ciertamente, un largo salto de calidad en la delantera respecto al curso anterior, algo que no ha sucedido con tanta contundencia en otras zonas del campo, pero no puede hacérseles responsables de lo que ocurra entre ellos y Diego López. Y he ahí donde está la piedra que Mihajlovic debe picar y picar.
Romagnoli es un puntal sin pareja de baile a la altura. De Sciglio y Antonelli, básicos para la profundidad y el ancho del dibujo, arrastran recelos colgados de la espalda y se suman poco y mal al ataque. De Jong aúna experiencia y colocación pero le falta la lateralidad para ofrecer ayudas claves para un Milan que pretende ser intenso y vertical, así como el pase que logre saltar la primera línea de presión rival. Bertolacci es dinámico pero poco propicio para el toque en construcción y directamente negativo cuando se ve obligado a ejercer de iniciador constreñido. “Hemos ganado al Empoli sólo por los dos que tenemos arriba. El año pasado estos partidos se perdían porque no estaban los que ahora están en el ataque. Han hecho un gol cada uno sin tener ocasiones para hacerlo”, afirmaba el entrenador rossonero sobre su doble punta de lanza salvadora. Y pese a ello, hay algunos motivos para la esperanza, incluso más allá de Bacca y Luiz Adriano.
Mihajlovic, que ya se colocado la bata blanca en Milanello tras la horrible imagen ante el Empoli, ha estado probando a De Jong en modo Gattusso, con Montolivo de regista. El ex de la Fiorentina resultaría básico para la idea matriz del serbio pero necesita ritmo y está por ver hasta qué punto puede ofrecerlo. De interior, el holandés genera muchas más dudas y quizá suponga directamente un hilo roto para que el lateral contiguo suba la banda, por lo que parece que la mejor opción en ese entresijo, es Kucka, mucho más versátil para ese doble trabajo de empuje y contención.
No tiene muchas más opciones Sinisa si quiere mantener su esquema y continuar juntando y potenciando a sus dos joyas, a las que urge surtir mejor, no solo con balones sino con una estructura de equipo conceptual y mentalmente fuerte en la que Bonaventura, el mejor técnicamente del plantel y un tipo que nunca se esconde, encaja más que ningún otro en el rol de trequartista. Contra el Empoli, desde el gol de Bacca al cuarto de hora de partido, no se vio una sola triangulación provechosa entre los centrocampistas del Milan, apenas una pared en tres cuartos de cancha, ni siquiera un pase filtrado en condiciones. Solamente las conducciones y toques de ‘Jack’, una vez saltó al campo por Suso en la segunda mitad, tuvieron presencia pese a que no recibió continuidad por parte de sus compañeros de medular ni, por supuesto, por ninguno de los dos laterales que, aunque se empeñen en demostrar lo contrario, son bastante mejor de lo que parecen.
El juego del Milan fue un espectáculo tan paupérrimo que bastó un milanista desterrado como Saponara y un adolescente de diecisiete años con un partido de bagaje en Serie A como Diousse, para ruborizar por momentos y en San Siro a toda la medular de un equipo con siete Copas de Europa, que siguen pendiendo como una espada de Damocles. Con el temprano empate de Saponara, provocado por una pérdida del Milan, surgió el miedo a combinar, el miedo a jugar, el miedo a perderla. Lo que redundaba en volver a perderla en zonas peligrosas unos minutos después, propiciando transiciones de muy pocos metros en el Empoli. Síntoma de debilidad y del temor a reproducir el fracaso en una nueva campaña apenas iniciada. Las ideas dejaron paso a una estabilidad propia del diagrama de un polígrafo que deberá decidir a lo largo de la temporada si este Milan es finalmente de verdad o si sigue siendo una nueva mentira lanzada a su legendario legado.
Error puntual, apagón mental, epidemia de nervios, ausencia de fútbol. Una cosa lleva a la otra y el Milan acaba colapsando y sacando a relucir su acuciante falta de autoconfianza. Los rossoneri necesitan aplicar la agresividad, el carácter y la personalidad de su técnico para ser capaces de reproducir durante toda una temporada los buenos quince primeros minutos, únicos rescatables hasta ahora, esbozados contra el Empoli y borrados de un plumazo tras el empate de los toscanos. Circulación fluida, cambios de orientación, generación y aprovechamiento de espacios, cierta presencia de los laterales (uno de los grandes déficits del equipo) y una estructura aparentemente firme y perfectamente capaz de ofrecer buenos balones a sus dos delanteros. Frescura, rapidez de movimientos y un planteamiento inicial incisivo y propositivo. Un claro espejismo que, no obstante, deja a las claras cuál debe ser la base desde la que comenzar la tercera reconstrucción en tres años. La revolución Mihajlovic va a ser dura pero es necesaria y empieza por asentar la concepción futbolística apuntada en ese cuarto de hora y por inyectar moral y arrancar complejos cuanto antes.
La Sampdoria de Sinisa era puro empaque. Músculo sumado a recorrido y técnica con una variedad de automatismos y recursos sino amplia, sí muy consolidada. Básicamente todo lo que no es un Milan endeble en carácter y temeroso de sí mismo por los dos rotundos fracasos consecutivos que acumula. El mejor indicador a que las directrices de Mihajlovic, que está poniendo en juego su reputación, vayan calando e instaurándose será que el semivacío San Siro, instalado en un tercio de entrada en los últimos años, vaya llenándose de gente a medida que va llenándose de fútbol. El serbio ya ha dejado claro que, por ahora, la responsabilidad es sólo suya. Subrayando enfáticamente “por ahora”.
Para encender más la tensión, se viene el derby della Madonnina en la próxima jornada. Un escenario tan perfecto como acicate hacia una mejoría anímica y futbolística, como desencadenante para entrar en barrena y acrecentar todos los temores. Y es que una tercera campaña consecutiva sin disputar una competición europea, algo que no ocurre desde los primeros años de la década de los ochenta cuando el Milan dio con sus huesos en Serie B, sería un hecho intolerable a pesar de que a día de hoy parezca que el club se haya acostumbrado con resignación a las posiciones de media tabla.
“He visto jugadores con demasiado miedo. El trabajo más importante que nos toca hacer es que los futbolistas encuentren el autoestima, el coraje y la personalidad que les falta”, concluía en la rueda de prensa posterior al partido contra el Empoli un enfadado Mihajlovic. “Así no podemos seguir. Sé que para cambiar la mentalidad se necesita tiempo pero yo no lo tengo”. Y, obviamente, el Milan tampoco.
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