Durante años tuve la convicción que este tipo no era un portero cualquiera. Un ‘rara avis’ de manual. Su autoridad bajo palos fue palpable desde que debutara en el Parma en noviembre de 1995 siendo un joven imberbe de tan solo 17 años. Cabeza fría, corazón caliente y personalidad a raudales. Jerarquía, liderazgo, mando, reflejos a otro nivel y guantes bañados en oro. Gigi Buffon llevó la ingrata posición de portero a la más pura excelencia. Él paraba como nadie, pero no le hables del juego de pies, que eso es cosas de modernos.
Durante el esplendor de su dilatada carrera de 28 años llegó a parecer un semidiós, un tótem ajeno al mundanal ruido de los guardametas ‘normales’. Ese muro imponente de rasgos marcados fue parte de nuestra vida. Fue un valor seguro, un fondo de garantía que nos hizo compañía en silencio. Siempre estuvo ahí. Te fulminaba y te sonreía luego. Poli malo, poli bueno. Crecimos con él, lo idolatramos y lo sufrimos. Nunca se dudó de la valía de Buffon, como nunca se duda del amor de una madre. Portero de época. Un auténtico elegido.
Casi 30 años frustrando sueños e ilusiones a delanteros y clubes de Italia y media Europa. Debería ser declarado persona non grata solo por ello, y sin embargo se le quiere y se le respeta con devoción. Has de haber sembrado mucho para lograr recoger cariño y reconocimiento en cantidades industriales. Buffon no era italiano, Buffon fue de todos.
Hoy, ya retirado, sigue pareciendo aún mejor de lo que fue. Y fue buenísimo, créanme. Es más, te defiendo sin rubor que en un 2025 donde de cualquier medianía y descamisado ya se dice que desprende carisma, este tipo fabricó el molde del aura.
Papá de Miranda. Orgulloso hijo de gallego y asturiana. Dejé 13 años como abogado por fundar y dirigir Sphera Sports, con lo que ello supone. Asumo las consecuencias. Hice 'mili' en Pisa y en Bristol. Me gustan las orcas, los países escandinavos y un gol en el 90'.