Buena parte de las diferencias
que se marcan entre los futbolistas y entre los equipos de la élite se
establecen a través del control. Buena parte de las diferencias que se marcan
entre un estilo asociativo ofensivo y el sistema defensivo de líneas juntas que
este quiere derribar se establecen, además, a través de la calidad de los
apoyos de primeras a la hora de generar espacios y fluidez en la frontal del
área rival. Y el Betis, salvo contadas excepciones, no tiene en gran
suma ese tipo de talentos naturales absolutamente diferenciales, destinados
casi siempre a clubes de mayor altura de miras y potencial económico. Al fin
y al cabo, aunar velocidad de ejecución y precisión es lo que todos quieren.
De esa circunstancia, enmarcada
dentro de una manera de entender el fútbol tan propositiva y por ende de
esencia ganadora, pero progresiva en su entendimiento y en el cambio de
mentalidad por parte de jugadores que no han crecido o no sentían de forma
propia el juego de posición; han nacido buena parte de los problemas de control
del marcador del Betis durante la presente temporada. Y, al mismo tiempo,
también le ha restado al equipo soluciones tangibles en forma de generación de
ocasiones claras por esta vía y de asentamiento de las posesiones en la zona de
tres cuartos para sufrir menos y mejor atrás y, asimismo, para escenificar más
y mejor su frecuente dominio de los partidos.
Las excepciones verdiblancas a
esta cuestión, los nombres propios que, al fin y al cabo, son la base de su capacidad
y afán para jugar con tino, soltura y agresividad en campo rival; son la zurda
de Boudebouz cuando esta se ha levantado con el pie derecho, la
inmortalidad de Joaquín y, especialmente, el talento incipiente pero ya
global de Fabián Ruiz. Ante el Levante, con el capitán menos
influyente de lo habitual en sus toques en la zona de mediapuntas y sin el
valioso soporte técnico y anímico del ausente Guardado, Fabián se cargó
a la espalda, con maestría y galones, todas las labores de distribución
ofensiva y de organización de su equipo.
Como un preciado y exclusivo
sastre italiano tradicional, pero con hilo invisible, el palaciego cosió
artesanalmente la victoria de los suyos. Y lo hizo hacia delante y hacia atrás.
Siendo, indistintamente, la aguja de oro y también el más corriente dedal.
Fabián realizó 135 toques de balón, intentó 111 pases, completó 99 de ellos con
un 89% de precisión, ejecutó cinco disparos, no perdió una sola pelota en el
cuerpo a cuerpo ante sus marcadores e hizo con éxito cinco tackles. Fue,
obviamente, el líder del encuentro en todas esas estadísticas, en una
actuación, que tuvo como escenario
literal toda la extensión de la zona ancha del rectángulo de juego del Ciutat
de València, ribeteada con el talento y el entendimiento del juego en
todas sus facetas propios de un absoluto superclase.
Aglutinar atenciones, soltar al
compañero liberado en un escalón casi siempre superior, desengancharse de su
marca a través de su
gran zancada para ofrecer constantemente una línea de pase, acercarse al
pico de área para finalizar desde fuera, buscar el pase filtrado, bajar a
ayudar a los centrales en la iniciación, abrirse a la banda para hacer más
ancho al equipo desde sus primeros pases y potenciar la circulación, asentar la
posesión en campo rival, devorar metros y amenazar por piernas cuando encuentra
espacios por dentro para transitar, morder hacia delante tras pérdida, ser el
primer voluntario y el más preparado para correr hacia atrás y acometer las tan
necesarias ayudas defensivas en transiciones defensivas… La variedad de
situaciones que Fabián puede no solo ejecutar, sino dominar y resolver de una
manera tan estética como efectiva es enorme y da buena cuenta de la enjundia
del centrocampista de potencial clase mundial que el conjunto verdiblanco tiene
entre manos.
Quique Setién y su cuerpo
técnico han traído muchas cosas positivas al Betis en su primer año en el club:
la ambición confesa, la atractiva idea de juego, la ilusión renovada por el
equipo, un Joaquín espectacular como epicentro futbolístico, el poder de
seducción para jugadores de una dimensión hasta entonces superior como Marc
Bartra, la evidente mejora de los rendimientos individuales, la apuesta sin
ambages por el sentimiento de pertenencia a través de las oportunidades incesantes
a los canteranos, ha llevado la fe en las posibilidades de futuro incluso a los
más descreídos, etc. Sin embargo, la apuesta y el modelaje de una figura que
parecía lejos de estar preparada para ser importante en Primera División, hasta
convertirla en uno de los centrocampistas jóvenes más apasionantes por su
juego de todo el continente, puede ser la más destacada y meritoria de
todas ellas. No solo por el propio Fabián, sino por lo que es más importante:
por el Real Betis Balompié.
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