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El Guadiana

Uno de los mayores espejos para darnos cuenta del paso del tiempo es la transformación de los futbolistas que un día idolatramos a entrenadores. Los que se quitan el barro y las botas por el chaqué y los zapatos con la premura que se seca el pelo un calvo. Mikel Arteta fascina porque sigue con el mismo tipo que cuando jugaba; cuando tenía que actuar tirado a una banda porque David Moyes quería gente física en la sala de máquinas o cuando se destapó hasta ser un futbolista con cartel para la selección, aunque nunca acabara yendo. Sé de alguien, yo no lo soy, que llegó a crear un grupo de Facebook que reclamaba su llegada a la roja. Repito, no fui yo.

En aquella sombría página de aquella red social casi olvidada, solo llamada a filas para recordar cumpleaños, se juntaban fantásticos vídeos de las inacabables y eclesiásticas jugadas de Arteta junto a algún desplante a los seleccionadores de la época. Era la etapa en la que te lo creías todo con un par de regates y un caño acompasado con una armonía digna de discoteca a las 4. Y nos daba igual. “Mikel Arteta The Best”, “Arteta compilation” o “Arteta 09-10” eran influencias mayúsculas. Mesut Özil es y fue uno de sus máximos exponentes: dejó atrás aquella regularidad que impresionó a Mourinho y al Bernabéu a partes iguales. Cada día que ha ido pasando nos lo creíamos menos. Hasta hoy, que ya quedan pocos feligreses de aquel balompié fino y preciosista que le colocaron entre los mejores. Aunque sepamos que algo queda de eso.

Hace unas semanas, para más inri, le borraron de un videojuego. Lo que le faltaba. Parece ser que las críticas al gobierno de China no sentaron muy bien, que tratan de hacerle el vacío en retransmisiones también. Por si no tenía bastante con sus sempiternas desapariciones en el verde ahora también tiene que lidiar con los comentaristas. Él no es que sea defensor del adalid de la democracia, el presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, pero lo del país asiático preocupa: ya ocurrió algo semejante en la NBA.

El turco-alemán ha encajado de maravillas en el esquema del flamante técnico español. Como si fuera una película mala, de las que te duermes a la mitad, al Arsenal le han dado algo. Le han hecho un electroshock. En cuestión de días. Sufrió unas horas antes, ante un coloso de la liga como el Chelsea, tras someterle, como mínimo, media hora hasta el cambio de Jorginho. Al Manchester United no le dieron opciones.

Lo de los gunners se asemeja a lo de muchos niños cuando no tienen a sus padres cerca para ayudarles a hacer los problemas del libro de matemáticas. O a resolverlos ellos directamente, por pura enajenación con el crío de las narices, que no atiende. La cuestión es que Fredrik Ljungberg acabó su corta etapa como interino sentando a futbolistas importantes. En cambio, Arteta impuso lo que la lógica demanda. Lo que uno haría en el modo carrera de un videojuego al llegar a un club nuevo: disponer de los mejores. Con Aubameyang en la izquierda, Nicolas Pépé bailando en derecha y Mesut Özil lanzando contrataques a Alexandre Lacazette todo fluye. Lo normal. Y se acabó la ecuación que tanto dolor de cabeza te daba. La ilusión, de la mano de un técnico con pinta, todavía, de jugador tiene que catapultar a los de Londres, como mínimo, a Europa. Y no a salvarse, como decía Gary Lineker hace unas semanas con sorna.

Martorell (Barcelona), 1996. Periodista freelance. Amante del fútbol y loco por la Premier League. En mis ratos libres intento practicarlo.

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