El francotirador estaba esperando pacientemente, como siempre, su oportunidad. Ya había visualizado su objetivo y sólo necesitaba una pequeña abertura para poder disparar. El viento rozaba su larga y siempre juvenil melena y su pierna derecha ya se encontraba cargada y dispuesta para fusilar. El arquero no llegaría a ver al autor material del gol hasta que fuera tarde.
No importaba el partido ni el rival. Gabriel Omar Batistuta (Reconquista, Santa Fe, 1 de febrero de 1969) siempre estaba dispuesto a alcanzar su objetivo, el cual no era otro más que el bendito gol. Pero lo interesante de su historia es su evolución como futbolista. Oscar Mangione, ex psicólogo del club Boca Juniors, fue el autor de su biografía: “Gabriel Batistuta. Perfil de un crack que se construyó a sí mismo”, y en el prólogo resaltaba lo siguiente:
“No llegó al fútbol como un dotado. Por supuesto que tenía condiciones, que supo desarrollarlas al máximo y aprender con humildad para poder mejorar hasta convertirse en uno de los mejores del mundo. Pero no pertenecía a la aristocracia de los elegidos. Sin embargo, potenció sus cualidades con una voluntad inclaudicable, con una entrega tan generosa como poco común (…). Probó a todo el mundo que se puede llegar bien alto, que un jugador voluntarioso se puede meter en el corazón del pueblo futbolero, con las poderosas condiciones de un titán que sabe que ha llegado hasta allí gracias a su propio esfuerzo”.
El Bati significó eso mismo para el hincha argentino. Surgido en Newell´s y traspasado prontamente al poderoso River Plate (donde ganó el Campeonato de Primera División 1989/1990), su verdadera explosión se dio recién cuando pasó al máximo rival de éste, el conjunto Xeneize. Curiosamente, si bien se le veían algunas cualidades técnicas, no destacaba como uno de los mejores delanteros del país hasta su arribo a Boca, pero fue allí donde por fin mostró su ardua evolución: 19 goles y 7 asistencias en 47 partidos para ganarse el salto a Europa y a la Selección Argentina. Batistuta pasó de ser ese niño “gordito” al que le gustaban los alfajores –tal cual recordaba Marcelo Bielsa- a ser uno de los nombres a tener en cuenta en los siguientes años.
En la Fiorentina se convirtió en un verdadero rey. Su crecimiento físico fue notable y cada año se empeñó en aumentar su cuota goleadora. No importaba si enfrente estaba el portero del Milan o el del Fidelis Andria: el serial killer no discriminaba a sus contendientes. De hecho, su víctima predilecta fue el Inter de Milan, al cual anotó nada menos que 16 tantos en tan solo 19 partidos. Con los Viola consiguió un ascenso a la Serie A, una Copa y una Supercopa nacional, siendo clave para hacer del club uno de los más competitivos de un más que fuerte torneo italiano. Cuando pasó a la Roma en el 2000, los hinchas de toda Florencia lloraron largamente la pérdida de uno de sus ídolos más grandes, uno que se fue con 207 goles a sus espaldas. Junto a Totti y Montella lograron la hazaña de convertir a la Loba en campeón de la máxima categoría en el 2001, primer título de esta índole desde 1983 y el último de esta estirpe.
Pero donde más se esforzó por mejorar Batistuta fue en la Selección Argentina. Primero llegó a un conjunto en el que ya no jugaba Diego Armando Maradona, el máximo ídolo. Eran tiempos en los que una nueva generación (Simeone, Gamboa, Astrada, Latorre, Franco, Leo Rodríguez) debía comenzar a florecer sin tener a su guía espiritual detrás, aunque sí a otros jugadores experimentados, como Ruggeri, Caniggia o Goycochea. Estos, de la mano de Alfio Basile, consiguieron asombrar a todo el mundo con su fútbol fluido y potente alzando las Copas América de 1991 y 1993, la Copa Confederaciones de 1992 y la Artemio Franchi en 1993, los últimos títulos del equipo albiceleste (siempre y cuando se hable de la mayor), pero, a partir de entonces, todo se convirtió en una pesadilla: Colombia rompió el invicto de 31 partidos en Barranquilla para luego darle una lección de fútbol con un 5-0 de antología en El Monumental.
Maradona debía volver al equipo para rescatarlo anímicamente de cara al repechaje ante Australia. Batistuta fue el hombre clave anotando el tanto que metió a los gauchos en Estados Unidos 1994. Allí todo fue ilusión y alegría durante dos partidos. Inclusive, el Batigol se dio el lujo de anotarle un hat-trick a Grecia en un 4-0. Pero todo acabó con el doping positivo del ex jugador del Napoli. Desde entonces todo fue cuesta abajo y Rumania, pese a un tanto del hombre de la Fiore, finalizó aquellos días que habían sido tan felices. La tristeza en el Río de la Plata no tuvo fin.
Desde entonces, la carrera del goleador con la casaca albiceleste puesta fue intermitente, ya que Daniel Passarella no lo tuvo tan en cuenta –de hecho, bajo su estricto mando, otros jugadores, como Caniggia o Redondo, le dijeron adiós al equipo- y solo volvió con fuerza en 1998 anotando varios goles en los amistosos previos al Mundial. En Francia marcó cinco tantos (tres a Jamaica, uno a Japón y uno a Inglaterra en un recordadísimo partido de octavos), pero los Países Bajos, con un golazo de Bergkamp, fueron los encargados de finalizar el camino.
Y con Marcelo Bielsa, su antiguo tutor, tampoco cambió la dinámica. Sólo fue el nueve en 11 ocasiones entre 1999 y 2002, marcando ocho veces. Por como jugaba aquella Selección tampoco parecía que hiciera tanta falta –aunque ya era uno de los más grandes delanteros a nivel mundial-, pero nadie podía verlo sin un Mundial. El santafecino finalmente llegó a Corea y Japón e incluso logró marcarle a Nigeria. Pero el Loco nunca terminó de confiar ciegamente en su francotirador, por lo que Crespo fue el que siempre ocupó su lugar en las segundas partes. La eliminación en primera ronda fue la más dolorosa de todas, por nivel previo y por plantel. Y porque aquel duelo ante Suecia fue la última vez que se vio a Batistuta con la camiseta que mejor supo defender y de la cual se despedía siendo el máximo goleador histórico con 56 tantos, récord sólo superado recientemente por Messi.
Las lesiones terminaron acortando la carrera de este verdadero self-made man. Inter y el Al-Arabi SC de Qatar fueron los últimos clubes que vieron los cañonazos de Batistuta. Y si bien ya no podía aprovechar tanto su físico como antes, siguió jugando hasta el final, hasta que tuvo que decir “ya no más”. Pero, cuando se retiró, lo hizo con la frente en alto –aunque con dolores que lo acompañarán hasta el final de sus días-, sabiendo que lo había dado todo. “Nunca fui un crack. Era un buen jugador que laburaba y mejoré” expresó con los años. Siempre humilde. Siempre trabajador. Siempre leyenda. Sencillamente, Gabriel Omar Batistuta.
“Al fútbol le di mucho más de lo que le podía dar” – Gabriel Batistuta
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